¿Cuándo le nació la conciencia?
—En febrero de 1981 de la forma más pedestre. Tuve una hepatitis A y tuve que guardar cama tres meses y me trepaba por las paredes. Vino un amigo que se había hecho activista en Amnistía Internacional, y de pura desesperación decidí seguir sus huellas. Al constatar las barbaridades sobre las que trabajábamos, allí sí que me conciencié.
¿Y cuál fue la primera causa en la que se embarcó?
—En Amnistía Internacional, en su Secretariado Estatal, empecé trabajando por presos de conciencia en la entonces Unión Soviética.
¿Ha sentido alguna vez que no merecía la pena?
—Me canso como todo el mundo, pero jamás he pensado que no mereciera la pena. El fracaso no consiste en no alcanzar tu objetivo, sino en dejar de intentarlo.
¿Habría sido capaz de tener otro tipo de vida?
—De no haber tenido esa hepatitis... ¡A saber en qué andaría yo ahora!
¿Hay más personas comprometidas hoy que hace veinte años?
—Creo que personas comprometidas hay más, o sea, gente que, por ejemplo, colabora económicamente con una ONG. Activistas, o sea gente que le dedica más tiempo y esfuerzo -remuneradamente o no- puede que haya menos.
¿Hay postureo en ciertas personas que pasan por comprometidas?
—Puede, pero no creo que en mayor medida que en otras actividades. He tenido suerte, por ahora no me he cruzado con ninguna que me dejara huella en la memoria.
¿Por qué muchos defensores de los Derechos Humanos solo ven vulneraciones en su lado?
—Es que para mí, si solo ves determinadas conculcaciones y no otras, no eres un activista de derechos humanos. Cosa diferente es querer trabajarlo todo, lo cual es imposible, igual que en otros campos.
¿Cómo responde si le acusan de ser equidistante?
—Que no es mi método de trabajo. No mido qué dice determinado gobierno o partido, qué dicen los otros, y no voy y me coloco en el centro. Mi método es comparar hechos con los derechos humanos definidos en el derecho internacional y constatar cómo estos son conculcados. Y luego, en la medida de mis posibilidades, intento hacer algo al respecto.
¿Cree que veremos a Pablo Ibar salir de la cárcel?
—Sí, pero desgraciadamente aún tardaremos unos años.
¿Es la causa en la que más se ha implicado?
—Más tiempo, sí. En concreto, desde 2006.
Hablemos del covid. Usted estuvo cerca de no contarlo...
—Sí. Primera oleada. 25 días de hospital, 7 en la UCI, 5 inconsciente. Estar inconsciente es algo que recuerdo como un auténtico bodrio. Nada comparado con gente que ha estado 2 meses en la UCI. Aluciné con el hecho de que al pasar tan poco tiempo de UCI, luego tuviera que aprender de nuevo a usar la cuchara y que inicialmente fuera complicado andar. Pero la ayuda de las heroínas y héroes que me atendían, en condiciones de medicina de guerra, lo hizo fácil. Les estoy eternamente agradecido.
¿Esa experiencia le ha cambiado algo sustancial?
—Me ha aportado la capacidad de controlar las prisas más que antes, de forma que no por ellas dejo de percatarme que hoy ha salido el sol, por ejemplo.