omo un torero sin apoderado o un futbolista sin representante, algo impensable en estos tiempos de furor global, Miguel Delibes gestó sin más agente literario que la fuerza de su escritura una obra que ha dado la vuelta al mundo lejos de estridencias promocionales y ajena a bocados de intermediarios.
Padre de siete hijos y con la percha repleta de premios desde sus comienzos, Delibes no debió considerar la necesidad de un mánager que se ocupara de sus cuentas ni de publicitar sus libros, y circuló por libre con plena confianza en sí mismo y en Josep Vergés, el editor de casi toda su obra (Destino) y de su vida porque fueron grandes amigos.
"Hasta tres años antes de morir no tuvo agente literario y él no viajaba a las ferias del libro a promocionarse", explica su hija Elisa Delibes, presidenta de la Fundación que lleva el nombre de su padre, y portavoz habitual de la familia en el año en que se conmemora el centenario del nacimiento del novelista.
Cuando ya había dejado de publicar, cazar, casi de vivir y recibía en su casa la visita de reyes, ministros y presidentes autonómicos, inexplicablemente cambió de opinión y llamó a Carmen Balcells (1930-2015) para ponerse en manos de la agente más tenaz, independiente y que más hizo por sus representados, entre ellos hasta seis premios Nobel (Neruda, Asturias, Alexandre, García Márquez, Llosa y Cela).
"Poco antes de morir, su salud era ya muy precaria, escribió a Carmen Balcells pidiéndole que le representara y ella, en silla de ruedas, vino a visitarle a Valladolid y le decía: Miguel, ¿por qué no quisiste que te representara antes? Hubieras sido el hombre más rico y famoso de España. Mi padre, ya casi acabado, se moría de gusto al oír esos halagos", recuerda Elisa.
Peleó siempre por lo que creía que era suyo, defendió el rendimiento de sus libros: ni una peseta más, ni un euro menos, las dos monedas que manejó en su vida si se exceptúan sus estancias en el extranjero donde, en una ocasión, llego a cobrar en una caja de zapatos el importe de sus derechos de autor por la traducción al serbo-croata de El príncipe destronado.
En aquella incursión a la antigua Yugoslavia, en mayo de 1985, cinco años después de la muerte de Tito, le acompañaron su hija Elisa y el marido de ésta, Pancho Corzo, en ruta automovilística desde Turín hacia Zagreb como recordó el propio Delibes en un artículo (Breve paseo por Croacia) que insertó en su misceláneo He dicho (1996), pero en el que no habló de la caja de zapatos.
"Al llegar a Zagreb, mi padre se empeñó en ir a un banco a cobrar sus derechos de autor. Creo que había que gastárselos allí y no podías cobrarlo ni en dólares ni en pesetas, y se presentó con una traducción al croata de El príncipe destronado y su carnet de identidad... ¡Bien poco!", comenta Elisa. Al frente de la operación, "porque no sabía hablar ni entendía ningún idioma", Miguel Delibes puso a Elisa, "que tampoco entendía", y que con el libro en la mano decía al empleado "¡He is the writer!" y "¡We want money!".
"No me preguntes cómo fue... pero a la media salió como con una caja de zapatos llena de dinero y nos la dio. Mi padre se sentó en un café y nos dijo a mi marido y a mí: Tenéis una hora para gastároslo todo. Nunca me había visto en una situación similar, pero resulta que no encontrábamos nada en qué gastarlo. Eso sí, fuimos a comer al mejor restaurante de la ciudad y pedimos lo más caro de la carta... que tampoco nos gustó mucho", añade entre risas.
Desde Turín y Trieste (Italia) que también habían visitado camino de Zagreb, pasaron por la ciudad eslovena de Liubliana, y en la interpretación del paisaje y de sus gentes Delibes predijo la guerra de desmembración que se avecinaba tras la muerte, hacía ya cinco años, del viejo mariscal.
"Y el día en que los retratos de Tito se descuelguen y pasen a la trastienda, y con ellos su recuerdo, se abrirá una nueva etapa de pugnas y dificultades en este bello y bien dotado país balcánico", escribió en agosto de 1985 en un lúcido artículo (Breve paseo por Croacia) propio de quien nunca se despojó de su condición de periodista.