El Centro Cívico de Iparralde, inaugurado en 1989 y primero de la red municipal de Vitoria-Gasteiz, acoge cada mañana a un grupo inseparable de amigas de Zaramaga formado por María Serrano, Esther Lozano, Tina Pérez y las hermanas Carmen y Hortensia Salamanca. Son fieles de la piscina municipal, a la que acuden a nadar por su cuenta sobre las 8.00 horas de la mañana, todos los días del año, de manera ininterrumpida salvo que algún contratiempo lo impida. Así lo confirma el vitoriano José Luis Tudanca, habitual del centro, que admira la vitalidad que transmiten estas nadadoras veteranas.
La mayor del grupo es Esther, que cumplirá 95 años el próximo 19 de diciembre. “Quiero seguir nadando 100 años o más”, afirma convencida en conversación con este periódico, justo a la salida de su sesión matutina. El grupo, explica, se siente especialmente agradecido al personal del centro y al equipo de socorristas. “Nos atienden muy bien. Cuando salimos de la piscina le miramos para que vea que no nos hemos ahogado, y él nos saluda”, bromean.
A sus más de 70, 80 y 90 años, estas mujeres mantienen una rutina diaria que inspira a usuarios y personal del centro cívico
Sobre todas las cosas, Esther disfruta del ambiente y de cada brazada en la piscina. “Voy como los patitos y doy seis vuelticas”, gesticula. Aprendió a nadar con 58 años, justo antes de que abriera la piscina de Iparralde. Tomó sus primeras clases en Mendizorroza, junto a algunas de sus actuales compañeras. “En cuanto abrió Iparralde, vino aquí. Somos todas del barrio y algunas incluso vecinas del mismo portal”, detalla María.
María recuerda que, aunque a veces Esther llega un poco más despacio, nunca falla a las citas en Iparralde: “A veces llegamos juntas y ella ya está en los bancos esperándonos”. Hortensia rememora que su amistad nació “o en el portal o en la piscina”, y desde entonces siempre van juntas.
Envejecimiento activo
Lo que más valoran de su rutina en Iparralde es, sin duda, el ambiente y la oportunidad de socializar. “Nos viene muy bien para el apoyo y para la cabeza”, explican. Cuando falta alguna, inmediatamente preguntan qué ha ocurrido: “¿Por qué no viniste ayer? ¿Está todo bien?”. La amistad es tan fuerte que se acompañan incluso en los malos momentos. Tina, la más joven del grupo, de 73 años, completa su rutina diaria caminando hasta ocho kilómetros. “Venir aquí nos viene muy bien porque hacemos vida social con todo el mundo”, apuntan.
Los beneficios que la natación brinda para la salud son numerosos. “Nos viene bien para el corazón, para el cuerpo y, sobre todo, para la cabeza”, coinciden. “Parece que no, pero llevamos operaciones encima, y mientras estamos de recuperación nos animamos llamándonos”, comenta María. Esther, por su parte, añade que “nadar es sagrado”. Tudanca lo resume con una profunda admiración: “A estas edades, pocas personas tienen la cabeza como ellas”.
María, Esther, Tina, Carmen y Hortensia encuentran cada mañana en la piscina su espacio de encuentro y complicidad
Cada una recuerda con cariño sus primeros días en la piscina. Las hermanas Carmen y Hortensia estuvieron allí desde la inauguración. “Aprendimos en La Esperanza, pero como era pequeña, al principio no nos atrevíamos a nadar aquí; íbamos a lo ancho en vez de a lo largo”, sonríen. Hace tres años, Hortensia sufrió un derrame cerebral del que hoy no tiene secuelas. “El médico le dijo que se había salvado porque tenía el corazón muy bien”, recuerda Carmen. “Tenía tres cosas a mi favor: no había bebido ni fumado, estaba delgada y hacía mucho ejercicio”, aporta la propia Hortensia. Y Tudanca lo confirma: “El deporte es lo que la salvó. Y sigue nadando. Carmen se cayó en Nochevieja y también sigue”.
La constancia es una seña de identidad del grupo. María, por ejemplo, ha hecho doble sesión alguna que otra vez. “Muchas tardes venía con los nietos a jugar a la piscina… nos volvíamos ranas”, ríe. Y si algún médico les prescribe descanso, cumplen, pero solo lo justo: “Si nos dicen 15 días paradas, vale… pero al siguiente aquí estamos”. Como resume la zamorana Tina, asentada en Vitoria desde 1969, “el día que no venimos a nadar, sentimos que nos falta algo”.