ste mes Vitoria-Gasteiz celebrará los 500 años de un momento único en su historia: esas semanas en que fue capital de Europa, capital de occidente y capital de toda la cristiandad.

El año 21 de aquel siglo sí que había sido convulso, bastante más que nuestro 21. En Gipuzkoa se había vivido un conflicto entre las villas capitaneadas por Donostia y las lideradas por Hernani que estuvo a punto de convertirse en guerra abierta. La labor mediadora de un bermeano, Fortún García de Ercilla, en las navidades previas, propició el acercamiento y el acuerdo que se fraguó durante los meses siguientes. En esas negociaciones sabemos que tomó parte junto a Ercilla otro gigante de nuestra historia, un hombre de Loiola que aún usaba su nombre de cuna, Iñigo, antes de elegir otro que sonara más sencillo en el mundo: Ignacio.

El año 1521 había sido muy duro también en Navarra, con la mítica batalla de Noain. Los últimos resistentes se harían fuertes en Amaiur. Esta historia la cuenta mejor que nadie, a mi juicio, Peio Monteano en sus libros La Guerra de Navarra (1512-1529); De Noain a Amaiur (1521-1522) El an?o que decidio? el futuro de Navarra; y Dos destinos para un reino (Navarra de 1522 a 1525); todos en Pamiela y cualquiera de ellos recomendable para entender, sin presentismos ni lecturas políticamente prejuiciadas o interesadas de uno u otro signo, lo que pasó por esas tierras navarras hace justo 500 años.

Por el sur la revuelta de los comuneros agonizaba. Carlos V estaba en sus tierras germanas, como emperador, y en sus territorios peninsulares gobernaba como regente el Cardenal Adriano, que había sido su maestro desde niño. En este contexto fue que el Papa León X, de los Medici, falleció y hubo que reunir a la curia cardenalicia para elegir nuevo sumo pontífice. Mientras sus pares discutían en Roma, el cardenal Adriano estaba en Vitoria en las mil tareas que la convulsa situación de la zona requería revisar. Aquí, seguramente en la misma Casa del Cordón, en la calle Cuchillería, que era su residencia aquellas semanas, recibió el 24 de enero la carta de Roma informándole de que el cónclave, tras mil disputas que habían quemado las posibilidades de los favoritos, había llegado a cierto consenso sobre su nombre y lo había elegido un 9 de enero como nuevo Papa. Fue una sorpresa para todos, para los romanos, para los vitorianos, para los castellanos y seguramente para él mismo. Para todos menos quizá para Carlos V, cuya mano no fue ajena a la resolución del cónclave.

De pronto Vitoria era la ciudad a la que todo el mundo quería llegar a presentar sus respetos, plantear sus demandas y a deslizar sus intereses y ambiciones antes de que el nuevo Papa iniciara su periplo para recoger su anillo. Desde Vitoria preparó Adriano el fin de sus tareas como regente y el inicio de su viaje a Roma. Es sabido que quiso salir sin mucho ruido, no fue un Papa pomposo, y que tuvo mucho cuidado de no esperar a Carlos para demostrar que no quería ser visto en adelante como el Papa al servicio de ningún poder terrenal. Lo consiguió razonablemente, para los estándares de la época y de los difíciles años que le tocaron.

Pero no es este un artículo sobre el Papa Adriano, sino sobre los 500 años de ese momento en que nuestra Vitoria-Gasteiz y su Casa del Cordón fueron la capital de Europa, la capital de occidente, la capital de la cristiandad. Nunca un lugar de nuestra geografía lo fue antes ni lo sería después. Por eso podría resultar interesante no dejar escapar la fecha redonda para pensar desde la Casa del Cordón en nuestra historia, pero también en nuestra internacionalización de entonces, de hoy y de mañana. Especialmente cuando a los pocos meses llegaría a puerto un hombre de Getaria que hubo por vez primera unido en un mismo punto los dos extremos de otro cordón, el más largo posible, el terráqueo.