El tiempo es un invento humano bastante caprichoso. Hay segundos eternos y años que pasan en un suspiro. Esta suave meteorología que hemos tenido en plena canícula me ha dejado el ánimo melancólico. Hasta transito entre la resignación y la apatía cuando me asaltan canciones de verano que el fresquito se ha empeñado en situar fuera de temporada. En Santiago pillé a una txaranga marcándose el Si antes te hubiera conocido de Karol G y el pequeño grinch generación X que llevo dentro ni se inmutó. Siguieron con No hay tregua y a otra cosa mariposa. Me debo de estar haciendo mayor, hasta me descubrí el otro día tarareando lo de “un verano en Nueva York” que, ahora que lo pienso, en estos tiempos trumpistas que corren es lo más parecido a la canción protesta. En fin. Vuelvo a la relatividad del tiempo, porque esta tarde volvemos a la cita de todos los 4 de agosto. Un año ya. Tempus fugit. Momento de volver a anudarnos el pañuelo al cuello, de celebrar y de compartir; huelga decir que con respeto, porque sin respeto ni se celebra ni se comparte. Y es momento de dejarse llevar, porque hay citas ineludibles, cada una sabrá, pero el mejor momento puede estar esperando fuera de la agenda prevista. Ya saben, a las seis de la tarde empieza todo; el tiempo será relativo, pero Celedón es puntual.