El otro día recordaba con un compañero los tiempos en los que las fiestas del Día del Blusa y de la Neska y las ligadas al periplo de La Blanca llegaban acompañados de sus correspondientes carteles con las corridas de toros y con otros espectáculos taurinos o ecuestres. Cierto es que la afición a las citadas prácticas en la capital alavesa no prendió con fuerza a diferencia de lo que acontece todavía en otros muchos lugares y que las plazas de toros locales –la antigua ya inexistente y el Iradier Arena– apenas si pudieron disfrutar de reses de primera ante los mejores del escalafón. Cuando la ciudad y su institución principal se cansaron de subvencionar la actividad del coso, la fiesta decayó sin solución de continuidad. Fue la demostración pública de que hay realidades que parecen consagradas e inamovibles y que, sin embargo, superan cualquier debate con hechos consumados, dejando a detractores y defensores con la palabra en la boca, contemplando modificaciones importantes que se presumían imposibles, pero que llegaron para quedarse. Sin más ni más. Esta ciudad y sus gentes han sido ejemplares al respecto, y han sabido superar a los cenizos que auguraban rupturas sociales del calibre de un terremoto con la adopción de realidades de progreso.