Lo de esta madrugada, como cada día 10 en sus primeras horas, fue un crisol de sensaciones. Por una parte, de felicidad por poner el punto y final a seis jornadas largas de farra, desenfreno y celedonismo exhaustivo. Por otra, de pena rotunda al ver marchar al único alavés que es capaz de concitar consenso absoluto en el conjunto del territorio histórico.
Con la ciudad rendida por el cansancio y un calor de aquellos que asustan, Celedón subió a San Miguel
Da igual que uno sea de derechas o de izquierdas, con nacionalidad fetén o desarraigado, rico o pobre. Celedón tiene un poquito de felicidad para todos y cada uno de los residentes en una capital que se mete ya de cabeza en un par de semanas de resaca y tranquilidad a la espera de que dichoso mes de septiembre llegue en el calendario y meta a todos en vereda.
En fin, que eso será otra historia que ya se relatará en estas mismas páginas, aunque con menos interés, desde luego. Decíamos que lo de esta madrugada es uno de esos hitos locales que hay que vivir para saber de qué se habla. Con la ciudad rendida por el cansancio y un calor de aquellos que asustan, Celedón subió a San Miguel y se volvió a escapar a sus cuarteles de invierno en pleno mes de agosto.
Dicen las mañas lenguas, que si uno se apura, aún se le podrá ver unos días por los trigales ya cosechados de Zalduondo, de donde es oriundo y donde acostumbra a hacer un milagro solo visto en páginas bíblicas. Allí, en plena Llanada, en la previa del txupinazo que anuncia la llegada del ciclo festivo en Vitoria en honor de la más blanca de las vírgenes católicas, es capaz de convertir el agua de una fuente junto al frontón en vino para anunciar a los vecinos de su patria chica que ya está de regreso para hacer de los vecinos de Gasteiz un grupo de seres humanos felices.
Hasta dentro de un año
Ayer las cuadrillas de blusas y neskas rabiaron a conciencia. En parte, con toda la razón del mundo, al tener que soportar la insoportable sensación de abandono que llega cuando se conoce la existencia de casos de agresiones sexuales.
Hay varios expedientes que han obligado a poner el pie en pared para volver a decir basta ya. Seguramente sirva de poco, pero al menos, deja constancia del hartazgo de los bien nacidos ante la existencia de ciertos individuos que no deberían haber salido jamás del vientre de sus madres, unas benditas que nada tienen que ver con el comportamiento execrable de sus vástagos.
Desgraciadamente, no hay fiestas en las que la capital y sus fuerzas vivas no tengan que movilizarse para intentar reconfortar a víctimas de una lacra que, pese a todos los esfuerzos, parece estar lejos de ser una mera anécdota.
En cualquier caso, y pese a esa rabia lícita y deseable, las fiestas continuaron con la dinámica que solo tienen estos días de La Blanca.
Así, las 29 cuadrillas con 8.000 integrantes y con una lista de espera para admitir a nuevos miembros que daría para la creación de otro buen número de agrupaciones de neskas y blusas, tuvieron que hacer su papel de motores de la fiesta con una solana típica de la campiña de Córdoba. Aún y todo, se desempeñaron con gallardía, quizás no al ritmo que llevaban el 25 de julio o el 5 de agosto, fechas siempre marcadas en rojo entre aquellos que no entienden La Blanca alejados de blusones y mandiles.
Paseíllos con profesionalidad
En cualquier caso, respetaron su función hasta el final y se tomaron los dos últimos paseíllos del año con la profesionalidad que impone el calzarse las abarcas y los pololos y ajustarse el gerriko hasta ajustar los pantalones y las faldas.
Se vio de todo en la jornada de ayer. Y casi todo bueno. Ante los rayos de Lorenzo, piscinas portátiles y katxis helados de cualquier sustancia bebible y con el doping justo para no desentonar ni un ápice. Otros siguieron con lo suyo, siendo felices al son de unas txarangas extraordinarias que hacen que no bailar sea inconcebible, aunque uno solo tenga tiempo para respirar entre jornada y jornada de trabajo.
En la plaza de la Virgen Blanca se volvió a concentrar ayer gentío, quizás, no tanto como cuando baja Celedón, pero sí el suficiente como para comprobar que el de Zalduondo tiene un tirón sin parangón.
Ya a la media noche, en los alrededores del monumento de estructura fallera que alaba hechos de armas cuando en Gasteiz se dio para el pelo a las huestes de Napoleón, cuadrillas, chavales y chavalas se empezaron a reunir para la despedida más conocida.
Cuando el aldeano logró enramarse a la torre de la iglesia, hubo funerales figurados, pañuelos que regresaron anudados a las muñecas y alguna hora más de fiesta grande, que se trasladó a los mil rincones que han cerrado apenas hace unas horas.