Sin sobresaltos, ni para lo bueno ni para lo malo. Guion cumplido. El Festival de Jazz de Gasteiz se despidió ayer con la actuación de Trueno en Mendizorroza y empieza ya a mirar a un 2025 con varios deberes en la cartera, sobre todo el de acertar con el escenario que va a tener que sustituir al del Principal durante la reforma del teatro.
En este 2024, el certamen ha seguido dando pasos para asentar esa apuesta de estructura básica que empezó a desarrollar en su totalidad el año pasado. Es decir, un aperitivo en el parque del Prado el sábado previo a que arranque el certamen que se completa con un concierto en una localidad alavesa al día siguiente, para, lunes y martes, ofrecer una única actuación cada jornada y luego, de miércoles a sábado, tener todas las secciones y tablas abiertas. Si hay posibilidad, se hace una sesión el domingo que se salga del género y que mire de manera directa a los más jóvenes, como ha pasado esta vez con Trueno.
Buscando variedad
A partir de ahí, se apuesta por abrir todo lo que se pueda el abanico de propuestas para ser lo más variado posible y, por tanto, llegar a públicos muy diversos. Es el esquema que se ha seguido al dedillo en esta ocasión, con una respuesta del público similar a la de hace doce meses, aunque la asistencia en el Principal ha ido decayendo con el paso de los días, todo lo contrario a lo vivido en Mendizorroza.
En estos parámetros, el evento se encuentra cómodo, que es lo que necesita –además de contar con más presupuesto– para desarrollar sus planes de futuro. Sin embargo, hay que tener cuidado porque un exceso de tranquilidad puede derivar en monotonía y, por lo tanto, en falta de interés. Para que eso no pase, el propio festival tiene que ser capaz de encontrar las herramientas para sorprenderse a sí mismo, para retarse, incluso sabiendo que en ocasiones se van a cometer errores.
Si sobre la fórmula básica establecida puede y quiere innovar y probar, las pulsaciones se mantendrán a buen ritmo. Pero si busca solo la seguridad y la estabilidad de lo ya conocido, el peligro de caer en un certamen plano será cada vez mayor. El festival tiene capacidad para hacer lo primero. El tiempo dirá.
En lo musical
Al igual que hace doce meses, este 2024 se despide sin grandes alteraciones. El balance general en cuanto a lo visto y oído en sus dos sedes de referencia es bueno, sin que haya habido decepciones abismales ni grandísimos momentos para el recuerdo. Cada cual ha hecho exactamente lo que se esperaba antes del inicio de la cita.
Entre lo mejor de estas jornadas se encuentra Myra Melford y su Fire and Water Quintet en el Principal –una propuesta no apta para todos los públicos que tuvo momentos brillantes–, sin perder de vista valores seguros como Chucho Valdés –una pena que no se diese una mínima colaboración con Yilian Cañizares, que se tiró todo el concierto de su compatriota bailando– y Cécile McLorin Salvant, que hizo literalmente lo que le dio la gana con el repertorio, aunque hubiera sido de agradecer escuchar algo más de su último disco.
Sin perder de vista a...
Mención especial también merecen Joel Ross, Pablo Martín Caminero y esa rareza estimulante que trabajaron Sumrrá y Niño de Elche, que consiguieron justo lo que estaban buscando, generar opiniones radicalmente opuestas sobre su actuación. No hay nada como mover de vez en cuando el avispero. En su contratación antes de que casi nadie supiera nada de este proyecto está el gran acierto del festival este año.
A partir de ahí, ha habido dos apuestas que ya se sabía que iban a generar debate. Por un lado, la presencia de Clara Peya, que se ha ido de Vitoria con una nueva colección de seguidores, aunque hubiera sido de agradecer un pequeño guiño al festival fuera del repertorio de su disco Corsé. Por otro, la visita de Trueno, que ha revolucionado, en todos los sentidos, Mendizorroza a golpe de hip hop.