Abrígate que está nevando. Dijo Nacho desde su moto. Ya lo he visto, capullo. Contestó Unai desde la suya. Las motos esperaban paralelas y a un par de metros de distancia a que un semáforo del barrio de Mendizorrotza, en una de las fronteras de este barrio, se pusiera en verde. Estaban justo debajo del puente del ferrocarril de la calle Castilla. Nacho aceleró un poco antes de hablar. Unai se esperaba ya cualquier cosa.

¿Qué es lo que quieres ahora? Preguntó Unai.

¿A quién le estás pasando toda esa información para esa novelita de mierda? Preguntó Nacho. Unai no sabía a qué demonios se estaba refiriendo Nacho. Otra vacilada de este gilipollas. Pensó Unai. Yo creo que nunca me llevaré bien con este cantamañanas. Pensó Unai.

Conmigo no te hagas el loco. Le dijo Nacho a Unai con una mirada harryelsucio. Menos mal que se ha puesto el disco verde. Pensó Unai antes de soltar un agur que se deslizó como un japo despedido por la velocidad que cogió en dirección a la Avenida de Gasteiz.

Al rato Unai miró por ambos retrovisores. La moto de Nacho no le seguía.

A la hora de comer Unai llamó a Jelen, que estaba dormida como un tronco. Déjame, ya comeré luego, por la noche. Estoy molida. Dijo Jelen.

Unai tenía una hora. Se preparó una ensalada de bonito, nueces, canónigos y trozos de jamón frititos. Se tomó una botella de agua. Le dio un beso a Jelen antes de salir de nuevo a las calles. Jelen ni se enteró.

Por la tarde Unai tuvo la mala suerte de volver a encontrarse con Nacho. Esta vez iba en coche patrulla. Con Marisa. Ahora moto y coche detenidos frente a un semáforo en rojo.

¿No me vas a contestar? Preguntó Nacho otra vez desde la ventanilla bajada. Marisa se partía de risa en el asiento del copiloto. Unai no sabía a qué se refería. ¿Te escaparás otra vez sin responderme? Preguntó Nacho. Unai miró el semáforo. Vio el color verde. Miró a Nacho y le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Atravesaron el barrio de Salburua hasta uno de sus confines, el que quedaba cerca de las vías del ferrocarril.

Al pasar una rotonda Unai detuvo la moto. Seguidamente llegaron Nacho y Marisa que pararon unos metros más atrás. Bajaron. Se acercaron a Unai. Mantuvieron la distancia de dos metros de seguridad. Cuéntaselo tú, Marisa, que eres la que se dio cuenta. Marisa le miraba a Unai como si sus ojos se estuvieran regodeando, como si llevase tiempo esperando este momento ¿No has leído estos días atrás el periódico de noticias? Incluso hoy, porque hoy también sale. Le soltó Marisa a Unai. No. Dijo Unai.

Es que alguien está escribiendo una novela por capítulos allí sobre esto del bicho, sobre lo del virus. Dijo Nacho. ¿Desde cuando leéis vosotros? No me hagáis reír. Dijo Unai. Marisa le observaba en silencio. Desde que tú estás pasando información a la persona que está escribiendo esa historieta. ¿Cómo si no, aparecemos nosotros y tú en alguno de los capítulos? ¿A qué estás jugando? Hay gente que está mosca. Ya lo sé, ya sé que no eres tan tonto y a quien sea que le estés pasando información ya se ha cuidado mucho de cambiar los nombres. Pero esa Marisa de la que se habla en un capítulo soy yo, claramente. Dijo Marisa. Y ese Nacho del que se habla en otro está claro que soy yo. Dijo Nacho. Los capítulos están firmados por dos, porque también llevan dibujitos. Un tal Jabo y un tal Kiko. Ya hemos hablado con el periódico. Nos han dicho que son seudónimos, vaya, que esos nombres no pertenecen a nadie. Dijo Marisa. No sospecharíamos de ti si no fuera por un detalle. Dijo Nacho. ¿Cuál? preguntó Unai. Que sepáis que yo no tengo nada que ver con eso.

Tú lo que quieres es jodernos porque estás mosqueado por lo del otro día, lo de los caballos. Dijo Marisa. Una equivocación la tiene cualquiera. Dijo Marisa. Eso es. Dijo Nacho. Para nada. Dijo Unai. Ya os estoy diciendo que no tengo nada que ver con esa historia. Dijo Unai. Cuéntale lo que vimos, para que deje de mentir de una puta vez. Le dijo Marisa a Nacho. Está claro que no eres tonto y para que cuele has cambiado los nombres, bueno, tú no, la persona que lo ha escrito. Pero en un capítulo se le ha ido la mano. Dijo Nacho. Por eso sospechamos de ti. Dijo Marisa. No me acuerdo cuál es, pero ese tal Unai que se parece tanto a ti está claro que eres tú porque se apellida como tú. Se apellida Gorritu. Dijo Nacho. O sea que ya puedes ir diciéndole a tu colega el escritor o periodista o lo que sea que deje de contar historietas que le cuentes tú. Dijo Marisa. O que las cuente. Dijo Nacho. Pero que no tengan que ver con nosotros. Unai se había quedado sin palabras. De nuevo se puso a nevar.

Vaya cara que has puesto. A ver si te crees que con esa cara de yo no sé nada nos vas a engañar. Dijo Marisa. Ya te digo. Dijo Nacho. Espero que no salga nada más ahí de nosotros, porque ya sí que sabremos que eres tú el que está pasando información a quién coño sea el que escribe esas mierdas. Nacho y Marisa volvieron al coche. Una vez dentro giraron de golpe y el coche patrulla desapareció en la lejanía. Nevaba cada vez más. Por primera vez Unai se sintió como un personaje de una historia que era incapaz de controlar. Continuará...