Paula García Valverde Fonseca, autora del libro Prevenir el suicidio, expondrá en el seminario de Asafes casos prácticos de intervención ante estas conductas.
¿Qué puede hacer una persona normal y corriente ante un caso de suicidio inminente?
–Tuve un caso con una persona que me llamaba para despedirse, estaba en las vías del metro, y yo no tenía más herramientas que mi intuición. A partir de ahí decidí que me tenía que formar. Aquello salió bien, la persona está bien, pero podía haber salido mal, me faltaban herramientas. Antes de formarte, tienes como herramientas el sentido común, la empatía, la capacidad para mantener la calma, no entrar en pánico; hay que tomar decisiones rápidas pero con la cabeza fría. Tienes que tener muy buena comunicación, tanto en lo que dices como en cómo lo dices, el tono. Es importante también el vínculo que tengamos con la otra persona, no digo que haya que conocerla, pero en unos pocos minutos puedes establecer ese vínculo y así la probabilidad de éxito va a ser mucho mayor.
Esa capacidad de empatía, con un protocolo, una experiencia, puede ser mucho más efectiva.
–Eso es, y de ahí la importancia de estas jornadas. Yo publiqué un libro que precisamente es una guía para dar pautas a cualquiera, profesionales, familiares y hasta a la propia persona. Todo el mundo debería saber el ABC de cómo actuar.
¿Es como la reanimación cardiopulmonar, que todos deberíamos tener unas nociones básicas?
–Efectivamente, hay unas pautas básicas que debería saber toda la población, luego ya los profesionales que nos dedicamos a la intervención o atienden los teléfonos de atención especializada necesitan mucha más formación.
¿Ycuáles son esas pautas básicas?
–Lo primero mantener la calma, ser conscientes de que esa persona está en un momento muy complicado de su vida, pero que no desea morir. Nadie, nadie desea morir, el suicidio es una manera errónea de resolver una situación. Nadie quiere vivir sufriendo, no es que no quiera vivir, es que no quiere vivir la vida que lleva. Tenemos que acercarnos física y emocionalmente, hasta donde nos deje, para ver qué ha pasado, hacer preguntas muy abiertas para que pueda enrollarse, porque el tiempo juega a nuestro favor, permite que la presión interna baje. Si no la conocemos que nos cuente quién es, que nos diga qué le ha pasado, ver las causas que le han llevado a tomar esta decisión. Eso es lo básico.
¿Y qué más se puede hacer?
–Lo siguiente sería ofrecerle alternativas, decirle que puede suicidarse cualquier día, pero hoy no, hoy vamos a ver qué podemos hacer. Y también dejarle claro que ya no está solo; el suicidio es soledad, la persona se siente sola por no ser una carga o porque no le importa a nadie. Nuestra misión es romper esa soledad, que vean que comprendemos su sufrimiento. Cuando la persona está muy atascada recomiendo decirle que, aunque no se vea capaz de ver una salida, que se fije en una persona que admire, en qué haría esa persona.
Y no juzgar...
–Es súper importante no moralizar, cómo le vas a hacer esto a tu familia, podrías estar peor... La gente no necesita eso, yo lo llamo consejitos de mierda, que no es un término muy profesional. Venga anímate, solo tienes que esforzarte, probablemente ya ha intentado animarse, esto dice más de la incomodidad de la persona que emite el mensaje que de la necesidad de quien lo recibe; los consejitos de mierda empeoran la situación. Muchas veces es mejor no decir nada, tener un silencio presente.
¿Son diferentes los factores que incitan hoy al suicidio que los de hace veinte o treinta años?
–Hay variables histórico contextuales que influyen ahora, y también es cierto que no hace tanto que se hacen estadísticas de suicidios, y además muchos suicidios se esconden detrás de accidentes de tráfico, complicaciones médicas o sobredosis de drogas. Puede influir la vida frenética que llevamos, el tener que estar atento a todo, al día, todo eso influye, pero dependiendo de la edad hay unos factores que pesan más que otros. El suicidio de los adolescentes es alarmante y ha aumentado en los últimos años, pero en 2022 más de 4.000 personas se suicidaron y más de 1.000 tenían más de 70 años, y los adolescentes no llegaban a 500. Hace poco Osakidetza publicó una guía de prevención según la cual los hombres de más de 70 años son los que más suicidios cometen. ¿Qué le lleva a un bilbaíno que ha sobrevivido a una guerra, al franquismo y a no sé cuántas crisis económicas a quitarse la vida? La soledad de las personas mayores es tremenda. Se trabajó mucho en atenderlas en el confinamiento.
Aquella etapa fue todo un experimento social sobre la salud mental. ¿Se sacaron conclusiones desde el punto de vista del suicidio?
–Hubo de todo, las consecuencias psicológicas las provocó el confinamiento más duro, y la población psiquiatrizada nos decía que entonces les empezábamos a entender; fue como una reivindicación. Hubo más visibilización de la salud mental, y se pudo pecar también de que se hablaba mucho pero no correctamente, hubo mucha desinformación y amarillismo.
¿Muchos consejitos de mierda?
–Sí, así es, porque no es lo mismo estar en un piso con ocho compañeros que el que está en un chalé en la sierra. Sí es verdad que a mi me gusta mucho de la Generación Z que no les da ningún miedo ni vergüenza hablar de salud mental, para ellos es muy normal ir al psicólogo o al psiquiatra; habría que ver también si hay una parte de frivolización de la salud mental, pero al menos nos ayudan a que deje de ser un tabú. Si hay más diagnósticos en gente joven puede ser porque cada vez más jóvenes sufren, pero también porque por fin se está visibilizando.