Tomo este título del nombre de la jornada debate que organizó el pasado otoño el Colegio Vasco de Periodistas en el Colegio de Médicos de Bizkaia, en el que expertos de este fenómeno ofrecieron su visión sobre el polémico asunto del tratamiento que han de dar los medios de comunicación sobre los suicidios; sobre el qué y el cómo se debe informar. Jon García Hormaza, psiquiatra de la Red de Salud Mental de Bizkaia, Andoni Ansean, presidente de la Fundación para la Prevención del Suicidio, Cristina Blanco, presidenta de la Asociación Vasca de Suicidología, y Gabriel González, periodista y autor del libro Hablemos del suicidio ofrecieron al público una visión optimista sobre los cambios que se están produciendo, si bien, en mi opinión, estamos lejos de obtener buenos resultados, o sea una reducción considerable del número de víctimas.
Los datos correspondientes al año 2022 recién publicados por el INE (Instituto Nacional de Estadística), nos informan que los suicidios alcanzaron en 2022 en la Comunidad autónoma vasca el número de 174 fallecimientos, ocupando el segundo puesto (después de las caídas) entre las muertes ocurridas por causas no naturales. Eso supone que se suicidan casi 20 personas a la semana en nuestra comunidad. Se estima que se producen unas diez tentativas de suicidio por cada víctima mortal, lo que supondría un número no inferior a los 1.500 intentos de suicidio al año en Euskadi, cifra que resulta escalofriante.
A pesar del acuerdo generalizado de que hay que hablar más del suicidio, apenas se habla del suicido salvo que el suicida sea un famoso, en cuyo caso la información suministrada tiene más que ver con el sensacionalismo que con el hecho noticiable.
Percepción del riesgo
Resulta una verdad de Perogrullo que nadie se protege de un riesgo que cree que no le va a afectar, por eso es tan importante en el mundo de la prevención divulgar la máxima información sobre aquel riesgo que queremos prevenir, ya sea un incendio, un atragantamiento, un accidente de tráfico o un atraco. Es lo que se llama adquirir conciencia o percepción del riesgo. Mi opinión es que el suicidio, los suicidios, no deben quedarse al margen de la aplicación de este principio. Es una obviedad que lo que no se publica no existe. Y mientras los suicidios no aparezcan machaconamente en los medios de comunicación y adquieran la importancia que luego sí tienen en las estadísticas, no se convertirán en un problema social y mientras no sea así no se abordará de la forma que es necesario hacerlo. Conocemos algunos casos de éxito como los accidentes de tráfico que se han reducido drásticamente gracias a la intervención de los medios de comunicación que cada lunes nos aterraban con el número de muertos en las carreteras cada fin de semana. O el caso de la violencia de género que ocupa miles de horas de TV y de páginas de prensa escrita y que gracias a los medios de comunicación se ha conseguido poner el fenómeno de la violencia machista en todas las cabeceras y portadas e incluso se han logrado prioridades en el calendario legislativo de los gobiernos para atajar esa violencia.
Los factores negativos
Hay varios factores que en mi opinión nos mantienen alejados de la solución:
1.- El tabú atávico religioso que ha impedido tratar el suicidio con normalidad por lo que toda la sociedad intentaba ocultar cualquier caso de suicidio y se sigue manteniendo esa inercia.
2.- La Organización Mundial de la Salud califica el suicidio como un grave problema de salud pública, cuando el suicidio no es una enfermedad y debiéramos calificarlo como un grave problema social.
3.- La monopolización del fenómeno del suicidio por parte de la psiquiatría, cuando debería ser abordado desde una perspectiva multidisciplinar. No por causalidad la sociología nace como ciencia a partir de un estudio del suicidio por parte de Emile Durkheim (padre fundador de la sociología como disciplina académica). Actualmente resulta indiscutible que hay muchos factores sociales que están presentes en la conducta suicida.
4.- Los medios, deliberadamente, no hablan de los suicidios ni de los suicidas como hablan de otras víctimas, como puedan ser las de violencia de género, o de agresiones, o de incendios, o de atropellos, que también suelen ser víctimas individuales. La losa del “efecto contagio” pesa demasiado sobre los informadores que no se atreven a superar esa creencia. Sin embargo, ese pretendido efecto contagio no se da, aparentemente, entre los agresores de la violencia de género, en cuyos casos no es obstáculo para publicar información profusa de todos los detalles violentos de la agresión.
¿Se pueden reducir los suicidios?
Si analizamos la evolución del número de víctimas de otras causas externas de mortalidad observamos que algunas de ellas como el tráfico, los incendios o los homicidios han reducido drásticamente los fallecimientos en las últimas décadas. Todas estas causas tienen en común que han sido objeto de preocupación social y de algún modo se han convertido en problemas públicos. Por ejemplo, las muertes por tráfico en Euskadi se han reducido de más de 400 a primeros de los años 90 a 58 en 2021; suponían el 40% de todas las muertes por causas no naturales y ahora no suponen ni siquiera el 10%; los homicidios han pasado de 20 en el año 2000 a 6 en 2022.
Así pues, vemos que en algunos casos se han activado mecanismos de reducción de accidentes; cuando los gobiernos y las administraciones crean uno o varios servicios públicos que tienen entre sus misiones la reducción de esas muertes se obtienen buenos resultados. Sin embargo, en aquellas causas externas de mortalidad, como el suicidio, cuya prevención no es competencia de ninguna administración, ni responsabilidad de ningún organismo en particular, las muertes no solo no se reducen, sino que van aumentando. Para evitar o reducir los accidentes de tráfico, los homicidios o los incendios, las administraciones disponen, además de un importante corpus legislativo, de un gran número de recursos y servicios públicos competentes a todos los niveles: estatal, autonómico y local.
Mientras no exista un “ente”, un organismo que se sienta competente y responsable de analizar y estudiar los suicidios y de pensar en ello (cada día) y buscar soluciones para evitarlos, ni tenga responsabilidad sobre su “prevención” no se reducirá el número de víctimas. Por cierto, en todas las causas externas a los accidentados se les considera víctimas, pero eso no ocurre con los suicidas. Quizás debamos empezar a tener esta consideración de víctimas a quienes tienen una tentativa de suicidio y comencemos a pesar en estas muertes como evitables.
Y para eso, hace falta que la sociedad supere el tabú atávico de los suicidios: que se pueda hablar de los suicidios con naturalidad, sin remordimientos, que los medios de comunicación hablen de los suicidios sin sensacionalismo, adecuadamente y con propiedad, pero con asiduidad; que la sociedad se percate de que estamos ante un problema público y se obligue a los políticos a poner en marcha políticas públicas de prevención del suicidio; y que se puedan investigar, con transparencia, todas las circunstancias de las tentativas de suicidio para arrojar más luz sobre este asunto con tantos lados oscuros.
Conclusión
Conocida la dimensión del problema, evidenciada por el número de víctimas, resulta inevitable declarar que nos encontramos ante un problema de trascendencia social no atendido por las autoridades políticas y administrativas y que parece evidente que las acciones realizadas hasta ahora no han sido fructíferas y que hay que cambiar de estrategia.
Y mientras esto no ocurra, el número de suicidios no descenderá sustancialmente.
Analista social