Política que acaba de arrojar la toalla entre lágrimas después de reconocer que no puede más: Lo primero, le honra la confesión pública de su impotencia entreverada de hastío. Lo habitual en los pasos a un lado es revestirlos de difícilmente creíbles “motivos personales”. Otra cuestión es que en su caso no se nos escape que la falta de fuerzas no se debe a la lucha contra sus adversarios sino al trato recibido en sus propias filas por haber tenido la osadía de discrepar, siquiera mínimamente y sin alzar la voz, con la línea oficial.
Qué cosas, que no se pueda ser independiente e independentista. Qué cosas, ya puestos, que su renuncia llegue al mismo tiempo que el anuncio de su líder carismático, Carles Puigdemont, de no optar a la reelección.