Cuando supe de la muerte de Milan Kundera, busqué sus obras entre mis libros. Entre otras, encontré El arte de la novela con muchos de sus párrafos subrayados en algún momento de mi vida. Pero, entre sus páginas, encontré algo más: una cuenta de un restaurante de Donostia fechada en julio de 2003. Me gusta guardar en los libros recuerdos de momentos felices y aquella cuenta, ya amarillenta, me trajo a la memoria uno memorable, una comida que compartí con Xabier Rekalde, uno de los más grandes críticos de jazz de todo el Estado y, sobre todo, un gran amigo. Kundera me trajo así el recuerdo de Rekalde, como me lo trae todos los años la temporada de festivales de jazz, el único momento del año en el que nos veíamos hasta que murió en un accidente de tráfico en 2006. Recuerdo muchas cosas de él, cómo criticaba la música vacía y el virtuosismo estéril, y cómo se estremecía ante la música escrita con el alma, como la de su admirado Miles Davis, o la de John Coltrane o Wayne Shorter, entre otros. Y lo recuerdo también contándome un día que le habían robado la mochila y mostrándose “hecho polvo”, no porque se habían llevado sus documentos, ni su dinero, sino porque le habían dejado sin la libreta en la que escribía sus poemas. Y es que Xabier era consciente de las cosas importantes, de las que perduran en el tiempo como las palabras, la música, la amistad. Consciente de que todo lo demás, solo son cosas. Xabier se fue, pero nos dejó sus palabras, como nos las ha dejado Kundera, como la música que nos ha dejado Miles. Algo que perdura en el tiempo, como el espíritu de la novela que se describe en uno de los párrafos que un día subrayé. Por eso me gusta regalar a las personas que quiero que perduren en mi vida un libro y un disco, porque siento que con la música y las letras se puede superar la distancia, incluso la muerte. Que podemos seguir encontrándonos entre melodías y párrafos, como encontramos recuerdos que un día guardamos entre las páginas de un libro.