oticias condenadas a una esquinita perdida de la actualidad durante un abrir y cerrar de ojos. O en lo que se tarda en expeler un bostezo, que es la reacción única de parte de mis conciudadanos cuando se nos aparecen en una curva los fantasmas del pasado.

Qué tremendo aburrimiento, ¿verdad?, que a estas alturas del calendario nos vengan con la matraca del segundo ataque a la placa que recuerda el asesinato de Gregorio Ordóñez en la parte vieja de Donostia.

¿Es que no pueden cambiar de canción? Pues miren, no. Yo no solo no puedo, sino además, es que no quiero.

Ya sé que las versiones al uso son que no hay que montar tanta bulla por algo que se quita con acetona (en este caso, bastante más que eso), que se trata de la gamberrada de unos críos o, faltaría más, que es peor la política penitenciaria que empuja a suicidarse a nuestros gudaris… Incluso a uno que fue tirado como una colilla por los que ahora lo han convertido en mártir de la causa.

Allá quien compre esa mercancía averiada, que para más inri, viene acompañada de susurros que dan a entender que en este caso la víctima se buscó acabar en el cementerio de Polloe antes de cumplir los cuarenta.

Por mi parte, levantaré la voz en cada ocasión en que ese trozo doloroso de nuestra memoria vuelva a ser mancillado. Espero que seamos muchos.