Marruecos pertenece a ese amplio grupo de países, hasta la fecha poco llamativos en el concierto internacional, que durante los próximos años va a lograr un grado de relevancia creciente, como resultado de los cambios geopolíticos que están generando un reordenamiento en lo que un historiador estadounidense de impronunciable nombre, llamado Zbigniew Brzezynsky, denominaba “el gran tablero del mundo”. Acontecimientos como la crisis de Lehman Brothers en 2008, la pandemia del covid-19 o la invasión rusa de Ucrania no son simples páginas en los almanaques tipo World Facts de la CIA. Más bien los podemos considerar como las balizas que permiten la navegación por ese mar ignoto del siglo XXI, al cual recién nos estamos asomando. Transcurrido casi un cuarto de centuria, y lejos de aquellas costas que hoy, vistas en nostálgica retrospectiva, nos parecían inteligibles y seguras, algunos analistas se han puesto a la tarea de dibujar el primer portulano de este proceloso océano, con sus corrientes, sus vendavales y sus remolinos.

Asistimos a la desaparición del orden unipolar surgido de la caída del Muro de Berlín en 1989, con su gendarme principal (Estados Unidos) y una globalización basada en reglas de estilo dictadas desde Washington y las políticas neoliberales del Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial del Comercio. Contemplamos la emergencia de un mundo multipolar, con un número más amplio de centros de poder (Estados Unidos, China, Rusia, India, y, con el tiempo, probablemente también Brasil y Argentina) que interactúan en base a sus propios intereses de estado y las normas del derecho internacional. Cambian las reglas del juego. En este nuevo terreno, algunos países están abocados a perder influencia mientras que otros ascenderán, gracias a las ventajas que les reporta su posición geográfica, sus recursos naturales, la tecnología digital o una estrategia de política exterior bien diseñada.

Marruecos se encuentra en este último grupo de naciones favorecidas que, dicho sea de paso, es más numeroso de lo que acostumbramos a imaginar en una Europa Occidental condicionada por los viejos esquemas de clasificación del siglo pasado y la visión ombliguista que los europeos tenemos sobre nuestra propia posición en el mundo. El país alauí goza de una envidiable situación estratégica, a modo de puente entre dos continentes y dos mares. Conecta África Occidental con Europa y el Mediterráneo con el Atlántico. Esta posición privilegiada, junto con el rápido desarrollo económico de las últimas décadas, le permite beneficiarse de las grandes corrientes del comercio, el transporte y los intercambios de todo tipo entre las economías occidentales desarrolladas (Estados Unidos, Alemania, Francia, España, etc.) y un número de países que comienzan a despegar (en África y América del Sur).

Añádanse a ello otros factores de crecimiento como el turismo, los servicios financieros, las tierras raras, los productos agropecuarios y la proximidad a los grandes cables submarinos por los que discurren las autopistas de la información. Con ello, se tendrá un cuadro de posibilidades capaz de llevar nuestras expectativas mucho más allá de lo que cualquier conocedor del país alauí habría estado en condiciones de imaginar hace una generación, cuando se sumergía en el pintoresco localismo del barrio de la Kasbah o regateaba con los vendedores de artesanía en Fez. Los tiempos han cambiado. En la actualidad, todo intento de interpretar a Marruecos en base a clichés folklóricos y costumbristas nos proporciona una imagen equivocada del país.

Marruecos constituye un polo de atracción de inversiones, tecnología y plantas de fabricación alemanas y francesas. Sus posibilidades en cuanto a fabricación de bienes de equipo y componentes del automóvil son conocidas en los círculos empresariales. El país se está convirtiendo, si no lo es ya, en el principal socio de la Unión Europea al otro lado del ferry de Algeciras. Marruecos es el único país de todo el Magreb que tiene condiciones adecuadas para ello: extensión geográfica, recursos naturales, una demografía joven, estabilidad social y un sistema político sólido. Una constelación de ventajas que supera con creces a las de otros jugadores regionales como Argelia, Libia o Egipto.

El gobierno de Rabat no solo es un partner económico solvente. La misma situación geoestratégica del país convierte a Marruecos en un interlocutor digno de respeto de cara a la diplomacia internacional. Sus fuerzas armadas, con más de 400.000 soldados y medio millón de reservistas, equipadas con armamento moderno, medios acorazados y gran número de aviones de caza estadounidenses F-16, son un factor clave que, junto a las potencialidades de la economía nacional, complementa el papel del estado alauí como miembro de pleno derecho en el concierto internacional, permitiéndole cumplir sus responsabilidades como agente activo en cualquier sistema de seguridad colectiva del siglo XXI.

Analista