La histórica superación de los 17.000 puntos por primera vez en el Ibex-35 durante su sesión de ayer puede resultar sorprendente en tanto el entorno de incertidumbre económica no parece alinearse con la bonanza del mercado de inversiones. Es oportuno, por tanto, reflexionar sobre virtudes y riesgos de este mercado y analizar si debe ser el fiel de la balanza que determine la salud de las economías.
La bolsa es sensible a la perspectiva económica pero también tiene la capacidad de generar sus propias inercias de crecimiento, a menudo desconectadas de la economía productiva. Cuando grandes masas de capital persiguen revalorizaciones rápidas, los precios de los activos suben por la mera demanda financiera, incluso en contextos de incertidumbre para la actividad y el empleo. Esa brecha entre cotizaciones y economía real explica por qué los mercados pueden subir mientras el tejido productivo duda o reduce inversiones.
Ventajas y Riesgos para la Empresa
Para las empresas, es indudable que la bolsa ofrece ventajas. Cotizar permite acceder a capital a gran escala sin endeudarse, con diversidad de fuentes de financiación, y disponer de su acción como moneda de cambio con liquidez. Además, las exigencias de esa dinámica favorecen la transparencia, la solvencia y la reputación, sometidas al escrutinio del regulador y el mercado.
La cruz de esta momenda está en los episodios cíclicos de volatilidad extrema ligada a estrategias especulativas. Tensionan la gestión e induce a decisiones de corto plazo para dar satisfacción al mercado y ser atractivos y, cuando la burbuja se pincha, se amenaza el capital de la empresa.
Solvencia vs. Juego de Capitales
La gran cuestión es si la cotización aporta verdadera solvencia o convierte a las empresas en peones de un juego de capitales ajenos. Estar en bolsa exige seducir con la capacidad de generar beneficios sostenidos, pero cuando el precio se mueve por flujos especulativos y no por fundamentos, las compañías pueden quedar a merced de estrategias de fondos y agentes que usan sus acciones como fichas en un tablero global.
No hay un baremo estable en tanto el mercado no lo es y, por ello, la bolsa no debería dejar de ser usada como una herramienta tanto más arriesgada cuanto más se aleje de la economía productiva y la subordine a la lógica del beneficio inmediato. Para ello no cabe relajar una regulación que impida sus excesos.