Pensaba dedicar estas líneas a echarle un poco de humor al terremoto del lunes en Vitoria, pero viene la vida por el camino a cambiarte los planes, como sucede casi siempre. Desperté el miércoles con la noticia del fallecimiento de Robe Iniesta. Ves marchar a esos artistas que marcaron tu juventud, a esos a los que sigues volviendo porque al final, aunque hayas crecido, vivido y ampliado tu catálogo –lo que, aprovecho para añadir, me parece que es deseable–, queda ese poso que se ha convertido en refugio, a menudo de pura nostalgia del tiempo que se esfumó. “Si te vas, me quedo en esta calle sin salida”, cantaba, “que este bar está cansado ya de despedidas”.
Pero volver a la música de Robe Iniesta y de Extremoduro es mucho más que un ejercicio de mera nostalgia, es rock, es poesía, filosofía, es disfrutar. Vamos, que lo recomiendo. Así que se ha ido Robe Iniesta y, sí, nos queda su música, que no es poco, aunque ciertamente el mundo sea ya un lugar aún más gris.
Lo cantó en El poder del arte:
"Sé que puede que mañana ya no nos quede nada y ya nada importe. Voy alzando la mirada y casi no se ve nada, nada que importe. Tal vez si pudiera hablarte de si fuera cierto, que el poder del arte bien nos pudiera salvar de una vida inerte, de una vida triste, de una mala muerte, bien nos pudiera salvar”.