Canto con música de La cabra mecánica: movilidad, qué bonito nombre tienes. Lástima que después de mil y una campañas melifluas y llenísimas de esas buenas intenciones que alicatan hasta el techo el infierno, sean los números los que den la nota. Según el último estudio al respecto del Departamento de (tomen aire) Planificación Territorial, Vivienda y Transporte del Gobierno Vasco que dirige el bien librado de lo de Zaldibar, Iñaki Arriola, resulta que ha crecido un congo el uso del coche. No del eléctrico ni del híbrido, que por muchos plazos imposibles de cumplir que ponga la UE, siguen siendo una carísima ínfima minoría, sino del utilitario que consume a precio de caviar beluga los requetecontaminantes combustibles fósiles gracias a los que Catar y Arabia Saudí acogen mundiales de fútbol, supercopas y grandes prixes de Fórmula Uno.
¿Y cómo ha podido pasarnos esto a nosotros, que vivimos a ritmo de la murga machacona de la arriba mentada movilidad apareada con su prima melliza, la sostenibilidad? A mí no me miren. Hace más de un mes que no toco mi modesto turismo. Esa es la media habitual desde que no tengo que entrar al currelo a las seis de la madrugada. Me desplazo a pinrel o, si la distancia es larga, a golpe de Barik, en metro y, si no toca la jornada semanal de huelga, en autobús. Pero se ve que, por alguna razón, no formo parte de la media estadística. La mayoría de mis congéneres siguen tirando de buga. No los eximiré de su parte de responsabilibad. Pero como no nací ayer, no me trago la explicación arrioliana de que la pandemia ha cambiado nuestros hábitos. Suena a excusa de quien no lo ha hecho bien.