legante, serio y formal. Esa podría ser la manera de definir la personalidad de Euken Maíz Martínez. El “chavalín” de 21 años -nació el 7 de febrero del año 2000- viste bien, impecable, es distante y guarda las distancias, y no parece que haya roto un plato en su vida. Para ponerle silenciador a la definición y matizar esa condición -Loquillo podría hacerle una canción con esas tres palabras como ya hizo con las que, según la leyenda, aparecían en la sepultura de John Wayne en lugar de su nombre, por orden de su viuda, para que nadie profanara su tumba: feo, fuerte y formal-, solo hay que conocerle un poco más, hablar un rato con él, escuchar sus historias y repasar una trayectoria breve pero intensa.

Euken es, visto lo visto, si profundizas un poco, como una marmita repleta cuyo variopinto contenido mezcla a la perfección el minipimer más sencillo. Es elegante, sí, es serio, también, y formal, por supuesto, pero le va el ritmo con y sin freno, desenfrenado, ese que golpea la portezuela de ciertos coches que paran al lado tuyo ante un semáforo en rojo: ¡pumba, pumba pumba…! Que podría ser “bacalao”, que todo nos parece lo mismo, o delicias japonesas con tempura, si los japoneses las hicieran así, que escribo de oídas. Es pelotari, paletista en concreto, juez y asambleísta, estudiante de tercer curso de económicas en Sarriko y productor musical, que es como un estadio superior de DJ, abreviatura de disc-jockey, y mezclador y arreglista; que hace su propia música además de mezclar la de otros. Lo cuento como me lo han contado.

Hijo de Alex y Ana, hermano de Joane. Euken es un chaval bastante peculiar. Llama la atención sin pretenderlo. A la vista. A simple vista. Pero hay que conocerlo un poco para sacar todas las conclusiones. En 5º de LH, educación primaria, se apuntó a pelota. En la ikastola Armentia hay tradición. Asier Estivariz y Marina Cantabrana iban dos años por delante y le acompañaron en el ingreso Pedro Etxauri y Beñat González de Garibay, amiguitos entonces, a los diez años, y gente de la cuadrilla a día de hoy, aunque anden todos desperdigados. El primero en Eibar, en Barcelona otro y en Logroño el último. “La verdad es que me apunté por… qué se yo. Luego ya, más tarde, elegí este deporte por delante de otros”, reconoce. Por delante del atletismo por ejemplo, actividad en la que destacaría en la prueba del triple salto -brincó por encima de los 12 metros y 25 centímetros en edad cadete- “que me llevaría a los estatales de Madrid” cuando pertenecía al club Zailu de deporte escolar. Iruarrizaga, Xabi y Ane Ibáñez fueron sus primeros monitores en la ikastola. Tres especialistas. De mano y pala. Eligió esta última. A los 16 se decidió por la pelota, “donde los entrenamientos en grupo eran más divertidos”. “Si quieres seguir, nos dijo Iru, el siguiente paso es que te apuntes a un club”. Y apareció Adurtza, el club de herramienta, donde se encontró con Agirre y Lerma y los un año mayores Viteri y Frías, “más hechos”.

En el escolar hubo un tiempo en el que no perdía un partido. “Con Estivariz lo ganábamos todo”, me dice, “hasta unos Juegos Escolares de Euskadi en el Ogueta”. El paso a cuero fue inmediato. “Es una modalidad que te engancha”, dice, “porque es más divertida y técnica y no necesitas tanta fuerza y brazo”. Entrenado por Tomás Lacalle, “un tipo exigente y divertido”, disputa el Campeonato Provincial por delante de Xabi Lerma pero, aunque se meten en finales, “nunca ganamos una”. “El delantero tiene que estar atento y pensar rápido, entrar de aire, buscar la pelota y el remate”, así describe su posición en el dúo, porque el zaguero “tiene más tiempo para pensar y colocarse. Por el bote”. “Juego para divertirme”, matiza, “sólo pienso en disfrutar del juego con el compañero”. La clave está -“lo descubrimos un día, en nuestro mejor partido”- en jugar para divertirse. “Cierto es”, apunta de inmediato, “que hay que jugar bien y procurar no fallar, pero no para ganar sino para competir”. Un “vamos a jugar y divertirnos y a ver qué sale”. Y así, un tanto tras otro, hasta el final. En verano de 2019 decidió dar un paso más y se hizo juez; “quería probar, por curiosidad, qué sentía un juez, cuál era su grado de responsabilidad”. Se apuntó en compañía de Beñat González de Garibay. Reconoce que “de juez tampoco lo paso mal. El escenario es más amplio. Te fijas en la pelota, en el pelotari y tratas de controlarlo todo”. En este punto no quiere pasar por alto “el apoyo de la presidenta del Colegio Alavés de Jueces, de Edurne. Nos apoyó un montón”.

En las últimas elecciones a la presidencia de la alavesa se ha hecho con una plaza en la asamblea y, de paso, tendrá derecho a asistir y votar en las reuniones de la vasca. “El caso es aprender, estar al loro y empaparme de normativa y reglamentos”. Lo dicho un clásico y variopinto a una edad en la que lo normal es desentenderse. Viste impecable, te mira recto, no regala sonrisas. Es amante de la pelota y el compromiso. Cuando acabe la carrera pretende especializarse en análisis de datos macroeconómicos pero, “¿dónde se emplean esos?”. Es lo que le gusta: el asesoramiento, las inversiones, la toma de decisiones… más que la empresa; “¿dónde me colocará la vida?”. Es un clásico muy actual. Le va la música y las nuevas tecnologías, que mezcla perfecto frente al ordenador. Le gusta el tecno house. Arregla, corta y pega, masteriza y compone. Influenciado por Curbi, Tiesto y Carlcox, entre otros -he tenido que mirar en google para ver quiénes son-, “he compuesto algunos temillas cuyo estilo no me atrevo a clasificar”, dice, porque en ese espectro musical “hay mucho y variado donde elegir”. Hay música, música y voz, más o menos velocidad y ruido, algo de bacalao, pum pum pum, acid, sonido dentista, ascensor y zona resort y conocimientos de piano, contrabajo y sintetizadores. Un follón. Un chaval contemporáneo, muy de su tiempo pero de raíz reconocible y compromiso adquirido. En suma, un galimatías hecho individuo que merece la pena desentrañar. A mí me gusta.