Se multiplican los análisis post electorales y los del próximo reto electoral. La crítica si se ha perdido o el aplauso si se ha ganado. Además, se abraza la estrategia de desprestigiar al adversario y se afirma que quien no está con el ideal que uno mantiene va contra el pueblo.
1. Uso partidista del lenguaje
Hablar de izquierdas y derechas, conservadores y revolucionarios... es simplificar mucho la asignación política. Pero son los partidos los que se meten en ese mismo saco al proclamarse “fuerzas progresistas” (programas progresistas, gobiernos progresistas, pragmatismo transformador, nuevos modelos de seguridad, de educación, de salud, de ocio…) ¿Cuántos sentidos tiene esta “santa” palabra? El progresista actúa por idealismo y se fundamenta en la lucha por favorecer al pobre; el retrógrado reaccionario, por mantener sus privilegios.
Ciertamente, la sociedad ha progresado mucho en múltiples aspectos de la vida, aunque no todo progreso económico sea un avance en humanización y en justicia. Los problemas de nuestros pueblos no son sólo económicos, sino que existen otros de muy diversa índole: cultura, educación, salud, medio ambiente, igualdad de género... Muchos de ellos alimentados por el egoísmo y un individualismo desafiante. Es necesario señalar que, frente al neoliberalismo económico salvaje y los defectos del parlamentarismo democrático, se han dado las locuras criminales del nazismo, fascismo y comunismo.
2. ¿Desde qué criterios calificar la acción?
No queremos hacer comparaciones. Únicamente puntualizar que los conceptos y las acusaciones que se hacen del oponente político o institucional, deben ser revisados. No se construye una sociedad nueva, ni se mejoran los servicios públicos y las personas en una permanente confrontación, alimentada con insultos. Las ideas deben ser expuestas acompañadas de proyectos realizables, medios proporcionados y plazos de tiempo adecuados, así como con personas comprometidas con la acción que se desea.
Proponer cambios estructurales, nuevos modelos de vida, de seguridad y de convivencia sin los elementos antes citados es perder el tiempo. El desafío o la amenaza por sistema invalidan el diálogo y el acuerdo.
No nos olvidamos de los muchos rasgos de generosidad que se dan entre nosotros, con tanta gente implicada en la vida social y política, aunque no siempre sea reconocida y valorada. Gracias a su compromiso público van mejorando nuestros pueblos. Pero, al mismo tiempo, constatamos la pérdida de formas esenciales en la vida pública y privada: la información no siempre ponderada y veraz; los debates (por llamarlos de alguna manera) sobre temas socio-políticos; las declaraciones informativas donde la acusación y la denuncia están siempre presentes; el protagonismo de jueces, periodistas y líderes sindicales; la excesiva burocracia; el galopante encarecimiento de la vida... crean un ambiente tóxico de incalculables consecuencias. Se tiende a resaltar sobre todo lo negativo, si se está en la oposición; para contrarrestar la visión idílica que ofrece el poder. Por desgracia, lo importante en la vida social y política, no es la solución de los problemas diarios, sino desgastar como sea al contrario para impedir su próximo triunfo. Los pactos entre diferentes, así como la proximidad de los gobernantes al pueblo son valores imprescindibles de la democracia.
Por supuesto, lo negativo existe y exige una justa crítica. Pero da la impresión que nada se trata con medida y sensatez y que todo está mal. Rechazar toda propuesta, porque no se ajusta a la propia, o aprovecharse de un hecho conflictivo para coaccionar al oponente, nos parece inmoral y despreciable. La protesta se reduce, muchas veces, a manifestaciones callejeras, pancartas denunciatorias y ruedas de prensa acusatorias e, incluso, con peticiones desmesuradas fuera de la realidad.
3. Coherencia entre el decir y el hacer
Tenemos contenidos abstractos, nos falta valor y motivación para dar el paso y concretar medidas eficaces. En teoría defendemos la no violencia, la igualdad de género, la tolerancia, la justa presión fiscal, la no discriminación laboral, etc., y nos quedamos en la necesidad de resolver las guerras, el terrorismo irracional, la xenofobia, los crímenes contra los inmigrantes, la discriminación de género, etc. sin bajar a las medidas concretas que mejorarían y harían más justa nuestra convivencia.
Actuar de acuerdo con unos principios morales, comporta no sólo una adhesión teórica sino un acto de voluntad para ponerlos en práctica.
Reiteramos que hacer el bien no es fácil. Depende, en definitiva, de la idea que tengamos de la dignidad del ser humano, del sentido último de la vida y de la voluntad responsable. Es relativamente fácil llegar a un acuerdo sobre cuáles son los problemas básicos de nuestro tiempo. Otra cosa es concordar en la forma de resolverlos para una sociedad más democrática y esperanzada. Creemos que esto significa ser auténtico progresista.
Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa