Más de treinta años después de su victoria tras casi medio siglo de Guerra Fría, después de las especulaciones de un “fin de la Historia” que hicieron famoso al escritor Francis Fukiyama, después de extender el sistema político y económico norteamericano a países que habían sufrido bajo el dominio soviético, Estados Unidos contempla hoy la posibilidad de que su imperio, que ha durado poco más de un siglo, esté a punto de acabar.

¿Adiós a las armas?

No es sorprendente que los imperios se agoten y acaben, como les ocurrió a los persas, los romanos, los otomanos o los chinos. En el caso de Estados Unidos su imperio se ha extendido a mayores extensiones y con más solidez que sus predecesores.

La comparación habitual es la del Imperio Romano que vivió durante siglos, mucho más de lo que probablemente resistirá el norteamericano. Pero en una época de aceleración histórica como la nuestra, un siglo de dominio imperial es una etapa muy larga, y tal como le ocurrió a Roma, el poder y la influencia de Washington no desaparecerán de la noche a la mañana, sino que se irán –o quizá se estén ya– apagando en diferentes fases y por diversos motivos.

Es algo de lo que hablan abiertamente los medios informativos y publicaciones dedicadas a la política. Incluso la revista mensual Relaciones Exteriores dedicó hace un par de años uno de sus números a analizar el ocaso del país.

En estos momentos, uno puede tener la impresión de que hablar el fin del imperio norteamericano tiene poco sentido, toda vez que la debilidad más evidente ahora es la de Rusia, su otrora gran rival -a lo que su presidente Vladímir Putin quiere devolver su status imperial. Pero la amenaza que planea sobre la supervivencia del imperio norteamericano ya no es la Unión Soviética, como en la época de la Guerra Fría. Hoy su gran rival no es ya Moscú, que ha dejado de presidir el imperio soviético para mal vivir como capital de una Rusia desorientada, sino la China, un país que le está pisando los talones a Estados Unidos, tanto económicamente como en proyección internacional, además de haberse convertido en un rival militar cuyo poder aumenta de día en día.

Aunque la China pudiera estar camino de reconstituir el imperio perdido hace más de tres siglos y de recuperar el puesto de gran potencia internacional que tuvo hasta entones, ni siguiera Pekín es la gran amenaza para la supervivencia imperial de Washington, sino sus propias contradicciones y vacilaciones internas.

Porque Estados Unidos no es ya el país que su nombre indica, sino que es una nación-continente profundamente desunida y relativamente poco poblada. Y no solo si la comparamos en población a países como la China o la India, que tienen casi cinco veces su número de habitantes, sino especialmente porque parece haber perdido un sentido de identidad común y porque en vez de progresar intelectual y socialmente, parece ir en retroceso: sus centros de investigación siguen siendo los más avanzados, pero se hallan tan solo en algunos lugares privilegiados y su proyección social es casi nula, igual que ocurre con sus universidades o con sus avances tecnológicos.

Si algunas escuelas preparan tan bien a sus alumnos que están prácticamente a nivel universitario antes de acabar sus estudios secundarios, la mayoría de los centros educativos gradúan a jóvenes profundamente ignorantes que han ido avanzando de año en año en aras de una igualdad que parece más importante que sus conocimientos. Un país industrializado con una fuerza de trabajo no preparada parece abocado a su propia destrucción.

Esto no significa que el imperio americano esté a punto de extinguirse, como tampoco el romano desapareció en unos pocos años, pero cuesta imaginar que pueda resistir el embate de sociedades y economías seguras de sí mismas y dispuestas a cualquier tipo de esfuerzo, cuando incluso la esperanza de vida ha bajado aquí.

Y si la población norteamericana no crece no es a causa de la pandemia, sino por el elevado número de muertos que produce el consumo de drogas, además de una natalidad tan baja que la población iría en descenso sin el elevado número de inmigrantes que llegan de todas partes del mundo. Aunque es cierto que este imperio americano crece ligeramente con la llegada de inmigrantes, esto no le da garantías de supervivencia: también el Imperio Romano vio su población aumentada con los bárbaros que cruzaban sus fronteras, pero fueron incapaces de impedir su disolución. A pesar de todo, los paralelos con el agotamiento de otros imperios tal vez no correspondan a la realidad, porque la Historia se repite… hasta cierto punto. Y el mundo contemporáneo, con su inteligencia artificial y una tecnología en constante desarrollo e innovación, aporta circunstancias sin precedentes, de forma que la posibilidad sigue abierta de que Estados Unidos se regenere o se adapte a las nuevas circunstancias y tenga un renacimiento que prolongue su hegemonía mundial.

Por otra parte, su gran rival chino tiene sus propios problemas y tal vez no sea capaz de desbancar al gigante americano. Los enfrentamientos en su región asiática pueden debilitar y distraer a China, que pronto dejará de ser el país más poblado de la Tierra para ceder el cetro a la India. Ambos países son vecinos y la tenue paz de sus fronteras puede convertirse en un enfrentamiento que les absorba y aplace, o incluso impida las ambiciones imperiales de Pekín… y mantenga la primacía de Washington.