uba no dispone de una gran tradición baloncestística ni es el clásico país donde surge un baloncestista casi de debajo de las piedras. Sin embargo, cuenta con rostros conocidos para el público en general y jugadores desperdigados por todo el planeta con los que podría conformar una potente selección a nivel internacional.
En la ACB ya se dejan ver pívots muy interesantes como el ahora lesionado Javier Justiz (Zaragoza) o Jasiel Rivero (Burgos), verdugo de los alaveses esta campaña en el Coliseum con un palmeo sobre la bocina. Sin embargo, el único en competir al más alto nivel en la Euroliga es Howard Sant-Roos, un alero con alma de base que hoy visita el Buesa enfundado con la elástica del Panathinaikos. La cancha azulgrana pudo ser tranquilamente la suya en más de una ocasión tras el exhaustivo seguimiento al que Alfredo Salazar le sometió durante años cuando militaba en equipos de perfil bajo.
Su nombre estuvo, sin ir más lejos, encima de la mesa cuando Davis Bertans se lesionó de gravedad en Milán ante el Armani en 2015, aunque su fichaje nunca cuajó por diversas consideraciones. Las dudas en los despachos del Buesa Arena respecto a la legalidad de su pasaporte cotonou le penalizaron en este sentido.
Sant-Roos aporta el toque exótico a un Panathinaikos poco reconocible en el que desempeña casi siempre la función de base. Pese a los dos metros de altura, su poderoso físico y su habilidad para subir el balón al lado contrario le hacen susceptible de ocupar dicha posición. Una evolución como jugador que, desde luego, evoca a la de Adam Hanga en el Barcelona.
El todoterreno cubano, que suple su falta de amenaza exterior con una notable predisposición defensiva, viene de desaprovechar la pasada temporada la gran oportunidad de su vida en el CSKA. El opulento club ruso le reclutó procedente del AEK griego tras la grave lesión de Will Clyburn, pero no terminó del todo satisfecho con su rendimiento y desestimó la opción de hacer efectivo su segundo año de contrato saliendo nuevamente al mercado.
Nacido en La Habana, Sant-Roos tuvo que emigrar a Italia antes de cumplir la mayoría de edad debido al matrimonio de su madre con un transalpino. Ni el béisbol ni el voleibol, deportes con indudable tradición en Cuba, colmaron sus expectativas. Este trotamundos de la canasta, cuyo apellido procede de las Islas Vírgenes, creció en modestos equipos transalpinos y alemanes como preludio de su llegada al Nymburk checo, de donde dio el salto al Darussafaka.
Las puertas de la NBA siempre han permanecido cerradas a cal y canto para Sant-Roos pese a su participación en las Ligas de Verano. De momento, Andrés Guibert y Lázaro Borrell se mantienen como los únicos cubanos que han competido en la mejor liga del mundo. Al rival baskonista de hoy se le acaba el tiempo a sus 29 años.
Este trotamundos de la canasta viene de malograr la gran oportunidad de su carrera en el CSKA, donde sustituyó a Clyburn