Cuando los niños comienzan a recibir las primeras lecciones de conocimientos científicos básicos, una de las cosas que más les sorprende es la magia de los cambios de estado de la materia. Un trozo de hielo aparentemente irrompible de repente se ha transformado en una buena cantidad de agua en la que no hay el más mínimo resto de sólido alguno. Pero los increíbles trucos no se quedan ahí. Porque, dejando pasar algo más de tiempo, el líquido desaparece por completo ofreciendo la sensación de que nunca ha existido. Es el arte de convertir en invisible lo que está ante nuestros ojos y, desgraciadamente, lo que corre serio peligro de padecer el Deportivo Alavés.
Porque el efecto Abelardo se encuentra en estos momentos en alerta máxima por evaporación. La llegada del técnico asturiano al banquillo propició una pequeña reacción del conjunto albiazul que alimentó las esperanzas de dejar atrás los problemas y apuntaba a convertirse en los cimientos sobre los que comenzar la imprescindible reconstrucción. Sin embargo, tras dos semanas de exposición máxima a los elementos, todas estas ilusiones están a punto de desvanecerse por completo. Apenas queda rastro de ellas ya.
Cumpliendo a rajatabla con las leyes de la física, la solidez de las comparecencias ante Getafe y Valladolid se convirtió en líquida fragilidad contra el Barcelona y dio lugar a una desaparición en toda regla frente a la Real Sociedad. La casi absoluta evaporación de la reacción albiazul en sus dos comparecencias más recientes ha dejado apenas unas gotitas de esperanza a las que la escuadra del Paseo de Cervantes debe agarrarse como un clavo ardiendo para tratar de revertir de inmediato el proceso.
Un propósito que, en cualquier caso, no se presenta en absoluto sencillo. Porque la dolorosa realidad es que el conjunto vitoriano ha recaído en la gran mayoría de los vicios que le han arrastrado a la zona baja de la clasificación desde el arranque del ejercicio. Con la sensible diferencia de que ahora se han consumido ya prácticamente los dos primeros tercios de la temporada -por lo que el margen de reacción es mucho más estrecho-, ha gastado el cartucho del cambio de técnico y los rivales directos que parecían desahuciados vienen apretando fuerte en clara línea ascendente.
Así pues, con la trascendental visita de Osasuna en el horizonte inmediato, el Alavés necesita retroceder sobre sus pasos cuanto antes para reencontrarse con ese estado sólido que alcanzó con el regreso de Abelardo al banquillo. Y eso pasa, como primer movimiento inaplazable, por detener la hemorragia letal que está sufriendo en defensa. Nada menos que nueve goles ha encajado El Glorioso en sus últimos enfrentamientos con Barcelona y Real Sociedad. Una cifra que si ya es escandalosa por sí misma causa todavía más preocupación al constatar que la extrema fragilidad albiazul ha permitido a sus adversarios disfrutar de estas goleadas sin tener que cuajar actuaciones excelsas. Más bien al contrario, solo tuvieron que limitarse a aprovechar la alfombra roja que la escuadra gasteiztarra les extendió para llegar una y otra vez hasta el fondo de la portería de Pacheco.
Pero, desgraciadamente, el de la absoluta falta de seguridad no es el único problema en el que ha recaído El Glorioso. De esta manera, la deserción colectiva que se vivió el domingo en Anoeta recordó demasiado a otros tristes capítulos de la actual temporada. En cuanto asoma la primera dificultad, el equipo se viene abajo y es incapaz de protagonizar la más mínima reacción. Una bajada de brazos general que, como es lógico, facilita todavía más el trabajo a su oponente de turno.
Tampoco en ataque ha dado pasos adelante un colectivo muy limitado en la zona de creación y que depende casi exclusivamente del grado de inspiración de Joselu y un Lucas Pérez que continúa inmerso en una situación repleta de nebulosas que le hace estar más tiempo en el banquillo que sobre el césped.
Todo ello produce un cóctel explosivo que, si el barman Abelardo no comienza de inmediato a cambiar ingredientes, amenaza seriamente con explotarle en las manos. De momento, los siempre tercos números ofrecen un veredicto preocupante para el asturiano. Porque mientras que el Alavés sumó dieciocho puntos en las dieciocho jornadas de Liga que Pablo Machín lo dirigió, únicamente ha incrementado su casillero en cuatro en los seis partidos en los que el Pitu se ha sentado en el banquillo. A ello, además, hay que sumar la sonrojante eliminación copera (5-0) ante el Almería. Un expediente sin duda demasiado escaso que, de mantener este ritmo, empujará al Glorioso a un infierno en el que la actual alerta por evaporación será ya una dolorosa e inevitable realidad.
Vuelta a las andadas. Tras su aparente recuperación ante Getafe y Valladolid, el Alavés ha vuelto a recaer en los graves errores que lleva arrastrando desde el inicio del curso y las goleadas encajadas frente a Barcelona y Real cuestionan muy seriamente su incipiente reacción.
Bajada de brazos. En cuanto aparece la primera dificultad el equipo tira la toalla, es incapaz de ofrecer la más mínima reacción y muestra una reacción muy poco combativa.
Situaciones extrañas. Algunos de los integrantes de la plantilla con más calidad, como Lucas Pérez o Peleteiro, llevan semanas inmersos en una situación nebulosa que les tiene más tiempo en el banquillo que sobre el césped.
18/4
Pablo Machín dirigió al Alavés en las dieciocho primeras jornadas de Liga y con él en el banquillo el equipo sumó dieciocho puntos. Desde que Abelardo le sustituyó se han disputado seis más en las que solo se han sumado cuatro puntos. Además, el equipo sufrió la sonrojante eliminación en Copa del Rey (5-0) ante el Almería.
20
Goles ha encajado 'El Glorioso' en los siete compromisos (seis de Liga y uno de Copa del Rey) en los que se ha sentado en el banquillo, lo que supone una inasumible media de casi tres tantos recibidos por partido.
Ante el Barcelona y la Real Sociedad el equipo ha hecho aguas de manera estrepitosa en defensa y ha encajado nueve goles
El promedio del técnico gijonés, con cuatro puntos en seis encuentros, es ya peor que el de su predecesor, que sumó dieciocho