Lautada Ikastola y el club de jubilados de Agurain comparten hoy protagonismo en la celebración de Santa Águeda. Con sus bastones de madera en ristre y vestidos de caseros, entonan por las calles la archiconocida letra de la copla Agate Deuna en honor a la santa mártir.

La tradición marca que los coros salgan la tarde del día 4, víspera de Santa Águeda. Así, ambos colectivos inician al mediodía sus rondas al grito de ¡bat, bi, hiru!, seguido de un rotundo golpe de makila.

La víspera de Santa Águeda, el día anterior al 5 de febrero, es costumbre en muchos pueblos de Euskal Herria salir a cantar la canción de la santa.

De puerta en puerta

La costumbre marca que se salga en cuadrillas por las calles de los pueblos, así como que se recorran los barrios y caseríos yendo de puerta en puerta cantando y recogiendo dinero para diferentes causas.

Se suelen acompañar de bastones y palos con los que se golpea el suelo rítmicamente.

Este golpeo rítmico del suelo, y el acto global en sí, podría tener su origen en una llamada a la Tierra para que termine de despertar tras el solsticio de invierno, en una interpretación que se mantiene algo dispersa a nivel popular.

Se trata de una interpretación que se entiende bien dentro de las constantes de la mitología vasca (culto a la Tierra, metáforas del color negro, etc.).

Jubilados

El primero en echarse a la calle es el colectivo de jubilados, que entona los primeros cánticos en la calle Fueros.

Posteriormente, se dirige hasta la plaza de San Juan, donde un buen número de personas aplaude su actuación. El puente que une el casco histórico con el nuevo barrio de Harresi es otro de los puntos donde se escucha la voz del grupo de hombres y mujeres.

Escolares

Mientras este grupo visita la zona más nueva de la villa, niños y niñas de Lautada Ikastola comienzan a reunirse en el patio del centro escolar, makila en mano.

La de Santa Águeda es una de esas fiestas que hunde sus raíces en la tradición rural, una celebración modesta, sin grandes alharacas, en una de las épocas más desapacibles del año, y quizá por eso también es una de las citas más entrañables del almanaque.

De hecho, goza de una extraordinaria salud, principalmente la víspera, cuando se rememoran aquellas visitas de los mozos a los caseríos, makila en mano en busca de ricas viandas.

Tras los primeros compases, el grueso de los participantes de traslada a la plaza de Santa María, donde mayores y pequeños cantan al unísono la mítica copla.