VITORIA - Le llaman la enfermedad de los miedos porque tras ella se esconde el miedo a la frustración, a la imperfección, a lo diferente, y, sobre todo, a la soledad. También le llaman la enfermedad oculta, porque nadie quiere reconocer que sin el alcohol son incapaces de continuar, que emborracharse no es una opción, sino una necesidad. Varios alcohólicos que llevan meses superando esta enfermedad se reúnen con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA para ofrecer su apoyo y contar su testimonio a todos los afectados que todavía no han dado el primer paso para plantar cara a esta enfermedad: "por alcohol he hecho cosas de las que me arrepiento, pero cuando bebía no podía parar. Iba al bar a beber una cerveza... y acababa bebiéndome litros y litros de alcohol. Al día siguiente... no recordaba nada, a veces estaba detenido, o al mirarme veía sangre en mis manos y en la ropa... pero yo no recordaba nada, todo lo que he hecho bajo los efectos del alcohol lo he hecho sin querer hacerlo, sin poder evitarlo". La dura declaración es de Manuel, uno de los miembros de Alcohólicos Anónimos, que lleva unas cuantas 24 horas luchando contra el alcohol. De hecho, esta asociación ubicada en la calle Burgos 19 atiende a cerca de 120 personas al año, ya sea de manera presencial o telefónica, que intentan salir del alcohol pero que de momento no han logrado dar el paso definitivo y quedarse en terapia. "Mucha gente tiene esta misma enfermedad, beben de manera incontrolable... pero si ellos no quieren salir de esto, sino reconocen que tienen esta enfermedad,... no se puede hacer nada", aclara Manuel. Durante muchos meses él tampoco quiso reconocer y aceptar que era alcohólico y aunque su familia le pedía que parara, él no era consciente de que el alcohol estaba destruyendo su vida y la de su entorno. Simplemente, bebiendo, se sentía mejor: "cuando tomaba la primera copa, todos mis miedos, inseguridades, complejos... se perdían. El alcohol me dominaba, me volvía fanfarrón, dejaba de ser una persona triste y deprimida para trasformarme en quien siempre había querido ser".

Sin embargo, durante las horas que su cerebro se mantenía apagado bajo los efectos del alcohol, "yo continuaba con la vida, sin ser consciente de lo que hacía". En alguna ocasión incluso llegó a defender con garras su inocencia ante la Justicia, porque "si había hecho algo estando borracho, ese no era yo, era quién se apoderaba de mi". Cansado de vivir, "pero sin agallas para acabar con todo", decidió optar por el camino correcto: llegó a Alcohólicos Anónimos donde pidió auxilio.

Tocar fondo Puri, Fátima y Jesús son tres de los colchones emocionales a los que recurre Manuel en momentos más débiles. "Subimos a tribuna y nos vamos desahogando", dice Puri. En su caso, tuvo que tocar fondo para resurgir. Con una hermana fallecida hacía poco, también enferma de alcoholismo, y a punto de perder a sus tres hijas y marido, decidió ir a Alcohólicos Anónimos: "llevaba tres días sin parar de beber, ya no podía más, había intentado en más ocasiones dejar de beber,... pero no lo conseguía. Aquel día me vine aquí a pedir ayuda porque ya no podía más... y cuando mis compañeros subieron a tribuna y contaron sus casos me derrumbé. Me di cuenta de que yo también tenía esta enfermedad, que todos estamos sufriendo muchísimo, pero vi que había salida", recuerda.

Desde entonces, cumpliendo con el propio lema de la asociación, solo por hoy, solo por 24 horas, lucha contra sus miedos y el alcohol: "estas Navidades las hemos pasado aquí juntos para no tener tentación con el alcohol, y nos lo hemos pasado en grande. Aquí encuentro la paz que necesitaba, entre nosotros nos ayudamos y es mucho más fácil salir adelante, ahora estoy feliz, he vuelto a recuperar a mi niño -por su nieto- y a mis hijas queda trabajo por hacer, pero he hecho las paces con la vida", dice mientras sonríe a Fátima quien lo confirma con la cabeza: "Una de las cosas bonitas del grupo es que he vuelto a levantar la cabeza, vuelvo a mirar a los ojos y he descubierto que mi hermana tiene ojos negros y pequeños. Ya no me siento en deuda con la vida, ya no me avergüenzo", dice.

Fátima no comparte el alcoholismo con sus compañeros, pero sí la enfermedad de los miedos. Todavía era un niña cuando sus miedos ya le paralizaban, "era como vivir con el freno de mano echado", dice. Sus inseguridades le llevaban a temblar cada vez pensaban en el y si... y si quedo con ese chico, y si me pongo a bailar y hago el ridículo, y sí... "A mí siempre me costó hablar, quería decir una cosa, expresarme con alguien, pero era muy difícil. Llegó un momento que las que eran mis amigas hicieron sus vidas y yo me fui quedando estancada". Al final, decidió ver la vida desde la ventana de un tercer piso. Y con el firme objetivo de olvidar sus miedos, su enfermedad le empujó a comer de manera compulsiva, y cuanto más lo hacía peor se sentía; "en casa me decían cómo te podemos ayudar,... pero es que ni yo misma lo sabía. Iba a un psicólogo pero no podía contarle todo lo que hacía y lo que dejaba de hacer".

Ahora vuelve a sonreír, ve esa luz después de su oscuridad: "si alguien desde su casa está leyendo esto y es una persona que llora mucho, que tiene miedos, debilidades, enfermedades, si es alcohólico,... si necesita ayuda que venga. Es gratis, no le vamos a cobrar por nada, ni tampoco le vamos a juzgar. Simplemente hablaremos con ella por horas, le contaremos nuestra historia, nuestras miserias, y le hablaremos de cómo juntos estamos saliendo adelante. Estamos las 24 horas, por favor, que venga, porque ayudar a los demás también nos ayuda a nosotros. Esto nos da esperanza".

24 horas. El grupo vitoriano de Alcohólicos Anónimos 24 horas, atiende los 365 días del año, día y noche, para quien lo pueda necesitar. A cada miembro del grupo se le asigna un padrino, que es el compañero que más apoyará su día a día o al que recurrir en casos urgentes, pese a que todos se apoyan mutuamente en cualquier momento del día. La asociación se ubica en el

bajo del número 19 de la calle

Burgos, en el barrio de Aranbizkarra de Gasteiz.

Condiciones. Este centro sólo tiene un único requisito, una única norma: para cruzar sus puertas hay tener las ganas y el deseo de mantenerse sobrio. No son necesarias cuotas u honorarios, ni tampoco hay que pertenecer a una institución, religión u organización política.

"En casa me preguntaban que cómo me podían ayudar,... pero es que ni yo misma lo sabía. Iba a un psicólogo pero no podía contarle todo lo que hacía y lo que dejaba de hacer", reconoce esta usuaria del grupo.

"Estas Navidades las hemos pasado aquí juntos para no tener tentación con el alcohol, y nos lo hemos pasado en grande. Aquí encuentro la paz que necesitaba entre nosotros nos ayudamos y es mucho más fácil salir adelante, ahora estoy feliz".

"Iba al bar a beber una cerveza... y acababa bebiéndome litros y litros de alcohol. Al día siguiente... no recordaba nada, a veces estaba detenido", rememora este integrante del grupo.