Sri Lanka, la antigua Ceilán, tiene casi la mitad de población que España (21.670.000 habitantes) y se la conoce como La perla de Oriente, Isla Resplandeciente, Paraíso sobre la Tierra y Lágrima de la India, esta última acepción por su situación geográfica respecto del gigante asiático. Muchos coinciden en que Sri Lanka -cuya traducción del cingalés significa Tierra Santa, quizá la más bella de las definiciones- es una prolongación del Paraíso que habitaron Adán y Eva. Tal vez, dice la leyenda, la forma de lágrima de la isla sea consecuencia de la pena de nuestros primeros padres cuando tuvieron que abandonarlo. Cuenta también esa leyenda que cuando Dios expulsó a Adán del Paraíso y lo condenó a poblar la Tierra, no quiso, en su infinita misericordia, que el contraste fuese especialmente duro para él. Decidió entonces depositarlo en uno de los montes más altos de Sri Lanka. Allí, sin duda, encontraría muchos elementos comunes con el Paraíso perdido y su desgracia sería más llevadera.
No sabemos muy bien cómo era aquel Paraíso, pero desde luego un lugar en el que se entremezclan altas montañas con valles frondosos y playas inmaculadas, en el que ríos, cascadas y lagos se combinan con enormes arrozales y plantaciones de té, en el que leopardos, elefantes y caimanes conviven con mariposas, palmeras y orquídeas. Un lugar, en definitiva, en el que son posibles todos los contrastes y despuntan todas las bellezas, luego no debió parecerle mal del todo a Adán. Y aunque se supone que Eva sería más exigente, también ella debió sentirse satisfecha. Sri Lanka es también el paraíso para todo tipo de serpientes, y Eva se llevaba bien con ellas.
Hoy, uno de los lugares más característicos de la isla es justamente el llamado Pico de Adán, una montaña de más de 2.200 metros de altitud considerada sagrada por las cuatro religiones que conviven en armonía en la vieja Ceilán. Pero cualquiera que sea la creencia, el Pico de Adán es sobre todo un símbolo de lo que Sri Lanka es, de lo que quiere seguir siendo en el futuro. En la tortuosa subida a lo alto del pico cada peregrino debe cumplir sus ritos, pero nadie debe preguntar cuánto falta para la cumbre; en cambio, el único saludo que todos -budistas, hindúes, musulmanes y cristianos- repiten es una palabra en cingalés, karunavai, que significa paz.
Paz. Esa es la palabra y ese es el mensaje. Las gentes de Sri Lanka rebosan paz. Se nota en sus rostros apacibles, en sus gestos calmados, en su cordialidad al acoger a los extraños. El mérito es sin duda suyo, pero algo debe pesar el vivir en la réplica más parecida al Paraíso, donde todos los dones de la naturaleza parecen haberse desbordado en extraña armonía. No es extraño que este pequeño país, de apenas 435 kilómetros de largo y 225 de ancho, haya recibido calificativos tan hermosos y piropos tan exaltados. Cuando se recorre de arriba abajo, cuando se descubren sus múltiples bellezas, se comprende que no son nada exagerados.
Una gran estatua de Buda.
Entrada a la isla
La primera impresión de la isla que suele recibir el viajero es a través de Colombo, la capital. Y esa es, casi siempre, una falsa impresión. Como todas las ciudades orientales, Colombo es una acumulación de contrastes: modernos y gigantescos hoteles junto a mansiones coloniales, centros comerciales y abarrotados bazares, jóvenes con vaqueros y mujeres con los tradicionales sarongs, enormes atascos de tráfico y habilidosos rikshas a pedales...
El centro de Colombo se denomina Fuerte, como herencia del primer puesto avanzado que, primero portugueses y luego holandeses, construyeron allí. Es en esta zona donde se encuentra la mayor parte de los restos coloniales. Seguramente el más representativo es la Lighthouse Clock Tower, que hacía las veces de faro y reloj en el centro de la ciudad. Hay más cosas que ver en la capital, incluyendo el propio fuerte y el Dutch Hospital, el antiguo complejo del hospital construido por los colonos holandeses y convertido hoy en una animada zona de ocio y restauración, donde se encuentran algunos de los restaurantes más famosos de la ciudad. No muy lejos, hacia el sur, se encuentran el fuerte y ciudadela de Galle, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la parte más antigua, pero hay tantas maravillas esperando en el resto de la isla que no vale la pena dedicarles demasiado tiempo.
Uno de los primeros lugares históricos que el viajero visita es Sigiriya, una antigua ciudadela del siglo V edificada en lo alto de un enorme peñazo que se eleva casi 200 metros sobre las frondosas selvas. El sitio tiene algo de sobrenatural, y fue seguramente ese aspecto y su indudable posición estratégica lo que llevó al rey Kasyapa a construir ahí su fortaleza. Merece la pena el esfuerzo que supone la subida a Sigiriya. Desde luego no es apta para gente con problemas físicos o que padezca vértigo. No solo hay que superar más de 2.000 escalones, sino que en ocasiones las estrechas escaleras y pasarelas están instaladas sobre el vertiginoso abismo.
En la primera etapa de la ascensión se pueden contemplar los bellísimos frescos denominados las doncellas -o apsara- de Sigiriya, que muestra hermosas mujeres con los pechos desnudos que parecen surgir de las nubes. Poseen pechos perfectos, redondos, altivos, sonrosados, quizá demasiado perfectos para ser reales. Actualmente se conservan admirablemente 19 de ellas, aunque parece que llegó a haber más de 500. Las que ahora vemos no han perdido, a pesar del paso de 1.500 años, ni un ápice de su gracia, de su esbeltez, de la perfección casi irreal que consiguió plasmar en ellas el pincel anónimo al que hoy debemos su deliciosa contemplación.
Antes de acometer la definitiva subida a la cumbre de Sigiriya hay una amplia explanada con alguna sombra y una magnífica panorámica. Hay también un pequeño quiosco de bebidas muy solicitado que debe ser uno de los mejores negocios de la isla, tanto que la concesión se reparte entre treinta familias de la zona que explotan la venta de bebidas frías cada día, una al mes.
Quienes visitan Sigiriya buscando la mejor foto no pueden dejar este lugar sin visitar el monte de Pidurangala. Situado a unos metros de Sigiriya, ofrece una vista tan impresionante como inolvidable para aquellos que acepten el reto de la subida. Se accede por un pequeño templo budista desde donde se puede continuar el ascenso hasta la cima por una escalinata de piedra rodeada de la exuberante naturaleza selvática de esta zona.
A pocos kilómetros de Sigiriya se encuentra Dambulla, y otra vez una roca es la protagonista del lugar. Se trata de una mole gigantesca que forma un profundo pliegue. En el hueco de ese pliegue hay cinco grandes cavernas que acogen verdaderas capillas sixtinas dedicadas a Buda. En las paredes hay decenas de estatuas que lo representan en distintas posturas, destacando un enorme Buda tumbado de 14 metros de largo esculpido en la roca. Pero lo más espectacular es el techo, en el que cientos de retratos de Buda contemplan al viajero. Su perfección y colorido solo son superados por la armonía con que se adaptan a las formas de la bóveda, de modo que parece un enorme tapiz suspendido.
El recorrido por los restos más antiguos de Sri Lanka sigue hacia Polonnaruwa. Es el mejor complejo artístico de toda la isla. Fue la segunda capital del reino entre los siglos XI y XII y expresa lo mejor de la cultura cingalesa, con las más exquisitas de sus realizaciones artísticas. Al sur de la ciudad se encuentra el gran lago artificial llamado Parakrama Samudra, obra maestra del gran Parakramabahu I, un genio de la ingeniería hidráulica y de irrigación que sembró el país de lagos y presas artificiales, muchos aún en funcionamiento. Suya es la frase que hoy repiten políticos de distinto pelaje: "Que no llegue al mar una sola gota de agua sin haber servido antes al hombre".
'Skyline' de Colombo, la capital.
El diente sagrado de Buda
Aunque hay todavía mucho que ver en la vieja Ceilán, es hora de abandonar los antiguos lugares arqueológicos y sumergirse en el Sri Lanka de hoy, en sus gentes y sus paisajes, y es ahí donde el viajero encontrará las mayores sorpresas. Desde la llanura, donde se encuentra el Triángulo Cultural, comienza la ascensión hacia las verdes montañas y la primera escala es Kandy, centro de la cultura tradicional y situada en un marco de gran belleza. Es la más hermosa y sagrada ciudad de Sri Lanka, entre otras cosas porque aquí se venera la antigua reliquia del diente de Buda que llegó, prendido en el pelo de la princesa india de Orissan y cuyo templo ha sido engrandecido por los distintos reyes y mandatarios de la isla.
Curiosamente, la reliquia más venerada por millones de budistas no ha sido vista por casi nadie. Lo que ven en realidad, tras una verja dorada y una mesa de plata, es un relicario de plata dorada que encierra consecutivamente otros seis que van reduciendo su tamaño, todos de oro puro y piedras preciosas. En el más pequeño se encuentra el sagrado diente.
Esta pequeña reliquia despierta tanto fervor que cada año se celebra un festival en su honor entre julio y agosto. Cada tarde, durante los diez días de duración de Esala Perahera, la reliquia deja su lugar en el templo para recorrer las calles de Kandy acompañada por elefantes engalanados, acróbatas y músicos tradicionales que llenan de luz y color las calles de la ciudad.
Es ya el momento de entrar en contacto con lo que ha hecho famoso a Ceilán en el mundo y lo que da lugar a algunos de sus mejores paisajes: las montañas verdes del té. Pocas cosas superan la belleza de una plantación de té cuando las primeras luces de la mañana iluminan las brillantes y verdes hojas de este precioso arbusto, mientras decenas de mujeres vestidas con coloridos atuendos y con grandes cestos de mimbre a la espalda, sujetos por una correa a la frente, recogen cuidadosamente dos hojas y un capullo de cada brote. Solo con ellos es posible elaborar el mejor té del mundo.
Playas y pescadores
Y de la montaña al mar. En el Sur se encuentra la zona más visitada, y también la más variada, donde están las mejores playas del país, que tal vez sean las más bellas del mundo. Son limpias, salvajes, de una arena amarilla que contrasta con la vegetación que llega hasta el borde mismo del agua. No falta nada para que el paisaje sea idílico, sobre todo porque buena parte del litoral está desierto, o como mucho, poblado por extraños pescadores sobre zancos que pasan horas semidesnudos subidos a postes verticales anclados en medio del mar con una pequeña caña con la que tratan de pescar los diminutos peces de la orilla.
No menos apetecible resultan las playas de la costa Este, ideales durante los meses de verano, cuando el monzón se traslada a la región occidental de la isla. Esta zona costera, menos conocida, es también uno de los lugares donde más se puede apreciar la mezcla de culturas y religiones, pues el predominio de la población hindú tiene su reflejo en la arquitectura y templos. Amplias playas donde practicar snorkel o disfrutar de los más bonitos amaneceres, e incluso se pueden avistar en estas aguas ballenas, que pasan por las costas de Sri Lanka cada año de junio a octubre.
El mejor punto final de la visita a esta tierra fascinante es contemplar una puesta de sol sobre alguna de las playas del oeste, con los últimos rayos jugueteando con las palmeras y el mar rompiendo contra la orilla. Contemplando tanta belleza, uno vuelve a pensar en Adán y cree que, después de todo, no debió pasarlo tan mal al abandonar un paraíso para encontrarse con este otro.