Como en tantos casos que también acabaron en asesinatos en las cunetas, lo sucedido se remonta a la caída de la Dictadura en 1931 y el advenimiento de la República. Tras las primeras celebraciones llegan las primeras tensiones en San Vicente de la Sonsierra con la destitución del alcalde, nombramiento de uno nuevo y acciones como la retirada de los badajos de las campanas de la parroquia.

En diciembre del 33, Los revoltosos se apoderan del Ayuntamiento. Obligan al alguacil, Anastasio Ascensión, de Izquierda Republicana, a entregar una escopeta y, ya de mañana, a pregonar un bando, que él mismo reescribió para el juicio y en el que se proclamaba el Comunismo Libertario, como en toda la Península, se abolía la propiedad privada y el uso del dinero, se obligaba a la entrega de armas y se permitía la afiliación a su Causa en el término de dos horas. Para entonces ya se habían quemado los archivos del Ayuntamiento y del juzgado. El puesto de la Guardia Civil es tiroteado. Sus moradores, cinco números con las familias, lo abandonan. Envían a sus familias hacia Ábalos y ellos marchan hacia Peciña y Peñacerrada”.

Las reacciones no se hicieron esperar: “El 9 por la tarde las fuerzas que llegan de Vitoria intentan el asalto. Algunos de los revoltosos huyen. El día 10 por la mañana una escuadrilla de aviones sobrevuela San Vicente, que se cubre de sábanas blancas. Son la avanzadilla de los guardias civiles y el escuadrón de caballería llegado desde Vitoria, que entran en el pueblo sin encontrar ninguna resistencia, entre las aclamaciones de sus gentes.

Durante los años siguientes se fueron sucediendo sucesos. Y llegó el 18 de julio y los falangistas de Uruñuela entran en San Vicente el lunes 20, (pero) el mismo domingo... “todas las derechas sin distinción se pusieron a disposición de la Guardia civil de este pueblo (San Vicente de la Sonsierra) a media mañana del domingo, 19 de julio, y con tan buena ayuda pudo ésta en breves momentos hacerse cargo del Ayuntamiento y detener a los que lo componían y a otras personas más peligrosas, sin que nadie opusiera la menor resistencia”.

El primero en caer es Eugenio Mato Payueta, en el castillo de San Vicente el 24 de julio. En Salinillas, Álava, será asesinado el 3 de agosto, Eladio Peciña López. Unos días más tarde, el 9 de agosto, morirán en Zambrana, Jesús Castañeira Ramírez y Jesús Orive López. Un día más tarde, el 10, es asesinado en Leza, Florentino Peciña Marín. Muy cerca, en el puerto de Herrera, muere el día 18 Félix Comunión Salazar. Los últimos del mes de agosto son: Julián Ramírez Apilánez y Maximino Monge Briñas, el chaval que había ido a avisarle de que iban a por él, asesinados el día 28 en la carretera de Cellórigo y enterrados en Cihuri. El mismo día, en la Grajera de Logroño, muere Máximo Monge Castañeira.

Hubo más, que aparecen detallados y documentados en el libro ‘Aquí nunca pasó nada’ de Jesús Vicente Aguirre, qu7e ha documentado todas aquellas barbaries, y “el día 6 de noviembre, en la carretera de Labastida a Rivas de Tereso, paraje de las Auchas, Juan Martínez Ábalos y Martín Ramírez Apilánez, con otras diez personas de Anguciana, Haro, Rodezno, San Asensio y Treviana” fueron asesinados alli. “Los dejaron tirados en la carretera de Labastida. Pero pasó por allí el médico don Andrés Castillo, camino de Rivas de Tereso, los vio y volvió al pueblo para avisar a las autoridades y que les dieran tierra. Uno de los enterradores participó en la exhumación de 1980”.

A los crímenes ideológicos se sumaron otras duras medidas: “las mujeres de los asesinados y represaliados sufrieron, además de la pérdida de sus maridos y como en tantos sitios, todo tipo de vejaciones: desde raparles el pelo al embargo de bienes y propiedades... Se multó, como en todas partes, por no asistir a actos patriótico, por no saludar a la bandera... , por no contribuir a las innumerables suscripciones patrióticas, por adoptar actitudes despreciativas a las señoritas postulantes” y así durante varias décadas hasta la muerte del dictador.

Recuperando los restos

Localizar y exhumar los restos de aquel grupo fue una tarea compleja. “Blanca Ramírez (hija de Martín Ramírez Apilánez) inició los trámites para conseguirla, poniendo un anuncio en el periódico y buscando a las familias de Haro, San Asensio y los demás lugares. Entre todos pusieron el dinero.

El día 7 de junio de 1980 los sacaron; los restos pasaron la noche en el Ayuntamiento de San Vicente, “porque no podían quedarse solos, que aún quedaba gente mala en San Vicente”. (De hecho y al principio de tener el Panteón, un día lo abrieron y aparecieron las cajas revueltas. “Al parecer, uno de los de Haro tenía algunos dientes de oro, y alguien se enteró y fueron a por ellos”. En la exhumación habían aparecido también algunas monedas de plata).

El día 8, entre cuatro y cinco mil hombres y mujeres de San Vicente, San Asensio, Haro, Treviana, Anguciana, Cenicero, Rodezno, Labastida y de otros lugares, autoridades, representantes de partidos, sindicatos y asociaciones, siguieron los actos y acompañaron a los muertos al cementerio. Presidía el funeral una bandera republicana. Puso la música la Banda de Haro. Para poder enterrarlos en el cementerio tuvieron que hablar con el obispo en Calahorra. El párroco de San Vicente no quería.”

A los crímenes ideológicos se sumaron otras duras medidas: “las mujeres de los asesinados y represaliados sufrieron, además de la pérdida de sus maridos y como en tantos sitios, todo tipo de vejaciones: desde raparles el pelo al embargo de bienes y propiedades... Se multó, como en todas partes, por no asistir a actos patriótico, por no saludar a la bandera... , por no contribuir a las innumerables suscripciones patrióticas, por adoptar actitudes despreciativas a las señoritas postulantes” y así durante varias décadas hasta la muerte del dictador.