Recuerdo como si fuese ayer el día que leí sobre lo ocurrido el 29 de diciembre de 1978. Quedé fascinado con la historia. Parecía sacada de un ‘thriller’ americano. Pero no, había ocurrido en Euskadi unos años antes. La Asamblea de parlamentarios vascos había aprobado en la Casa de Juntas de Gernika el proyecto de Estatuto y el texto debía ser registrado en el Congreso de los Diputados con urgencia. Era importante ser los primeros. Los catalanes se estaban moviendo con celeridad. Había mucho en juego: la entrada del texto determinaría cuál sería el primero en someterse a debate.

Kepa Sodupe (PNV), Juan Echevarria (UCD) y Carlos Corcuera (PSOE), representantes de tres siglas políticas diferentes, fueron los encargados de garantizar el objetivo: hacer llegar el texto a Madrid. Eligieron dos vías alternativas. La primera, convencional, a través de Correos. La segunda, más inusual y audaz: alquilar un reactor directo desde Sondika. Echevarria viajó con el texto en el avión. A su llegada a Madrid, se reunió con el senador del PNV, Federico Zabala, y juntos fueron en taxi hasta el Congreso, donde entregaron el documento adelantándose en dos horas a los catalanes. El proyecto fue tramitado, pactado y votado en referéndum.

Hoy se cumplen, precisamente, 46 años de la aprobación del Estatuto de Gernika. Lo hacíamos en un momento de máxima incertidumbre e inestabilidad. En medio de una grave crisis económica e industrial, con el terrorismo golpeando con mayor fuerza que nunca (115 personas asesinadas aquel año), y con amenazas reales contra la incipiente y frágil democracia. Euskadi amanecía tras 40 años de represión, aislamiento, persecución y destrucción. Dejábamos atrás una larga y oscura dictadura para saludar al nuevo día con una enorme ilusión por lo que estaba por venir. Nada más y nada menos que el comienzo de la recuperación del Autogobierno y la reconstrucción de nuestro País, que se encontraba en ruinas.

El día había llegado. Tocaba votar. La fecha elegida por el Consejo General Vasco, presidido por Carlos Garaikoetxea, no fue casual: el 25 de octubre. El mismo día en el que 140 años antes se aprobaba la Ley de Confirmación de Fueros de 1839, que, en realidad, supuso el comienzo de un proceso de demolición de nuestro régimen foral. Aquel día, 1.565.541 vascas y vascos estaban llamados a las urnas. Acudieron 921.436, un 58,8% del total. Y un 90,2% dio su voto favorable. Lo hicieron en contra de los postulados de los dos polos de la derecha española y la izquierda vasca más extrema. La izquierda abertzale promulgó la abstención. Combatieron contra el Estatuto de Gernika y lo calificaron como “abrazo a la Moncloa” o “fantasma de polvo y pajas”. Solo hay que recordar aquellas palabras de Monzón: “Incluso si el Estatuto es votado por los otros partidos, Herri Batasuna y ETA continuarán la lucha”. Son quienes hoy continúan minusvalorándolo, declarando que no responde a la “realidad institucional, social y territorial” de Euskadi.

Sea como fuere, la mayoría de los vascos llamados a las urnas aquel día respaldaron el Estatuto de Gernika. Araba, Gipuzkoa y Bizkaia decidieron constituirse en una Comunidad Autónoma dentro del Estado español bajo la denominación de Euskadi o País Vasco. Un Pacto entre vascos y de vascos con el Estado. Un Pacto de gran altura política que contribuyó a dar un salto cualitativo de la dictadura a la democracia; de la uniformización y el centralismo, al Autogobierno. Aquel texto mostró una gran visión de futuro. Lo había escrito antes Carlos Garaikoetxea: “…este Estatuto es y puede resultar en su desarrollo práctico, un buen estatuto. Un Estatuto que reconstruya nuestro Pueblo y, sobre todo, nuestra conciencia de Pueblo”. Ha sido clave a la hora de desarrollar el Autogobierno vasco y explica nuestro actual nivel de bienestar. Pero tan cierto como esto es que hablamos de un compromiso político de mínimos. Hace 46 años, el Estatuto supuso el ejercicio de posibilismo de un Pueblo que aspiraba a mayores niveles de Autogobierno, pero que, también, era muy consciente de la necesidad de contribuir a la estabilidad democrática del Estado. En aquel momento primaron la generosidad, la responsabilidad y el espíritu de Pacto.

La cuestión es que hoy, 46 años después, el Estatuto de Gernika sigue sin cumplirse en su integridad y ha sido continuamente erosionado por decisiones tomadas en Madrid. Esta es la realidad que debemos gestionar. Y lo estamos haciendo. Este último año hemos avanzado. Hemos cerrado el traspaso de diez nuevas competencias y el Gobierno español tiene sobre la mesa la propuesta vasca para el acuerdo en todas las materias pendientes. Nos encontramos en el momento de dar el paso definitivo. El Gobierno del presidente Sánchez tiene ante sí la oportunidad de saldar la deuda histórica y cumplir el compromiso adquirido ante el Pueblo Vasco: cerrar este año, de manera definitiva, la carpeta del Estatuto de Gernika. La oportunidad de cumplir lo que todos sus predecesores no hicieron.

Sobre la base y el valor del Estatuto de Gernika, y el aprendizaje adquirido en el desarrollo del Autogobierno vasco, Euskadi debe emprender una nueva etapa en su camino. Debemos hacerlo asumiendo la misma visión de futuro que mostraron quienes alumbraron el texto de 1979. Por eso, pasados 46 años, debemos dar un nuevo salto cualitativo porque la sociedad vasca es hoy muy distinta y afronta nuevos retos. Y no es posible enfrentar realidades del siglo XXI con herramientas del siglo XX. Lastra nuestro progreso y nos impide crecer como País y en bienestar.

Hoy, Euskadi necesita dotarse de nuevas capacidades políticas. Capacidades que nos ayuden a encarar nuevos desafíos como, por ejemplo, la migración. A afrontar con todas las garantías la transformación industrial y tecnológica. A asumir de manera íntegra, respetando el principio de unidad jurisdiccional, la competencia judicial. A garantizar el desarrollo nacional de Euskadi, o a participar directamente en las instituciones de la Unión Europea. Necesitamos un nuevo marco que garantice el cumplimiento de lo acordado a través de un modelo de bilateralidad efectiva y un sistema de garantías imparcial. Es imprescindible dotarnos de una nueva estructura normativa que impida decisiones unilaterales que, como hasta ahora, erosionen o limiten el Autogobierno alcanzado.

Es hora de volver a citarnos con la historia y renovar nuestro Pacto político. El Estatuto de Gernika apunta varias materias y competencias que requieren de una actualización y necesitamos nuevas para seguir construyendo nuestro futuro. La vía está recogida en la Disposición Adicional del Estatuto de Gernika de 1979: “La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico”.

Esta Disposición es un auténtico pacto político y, al mismo tiempo, una cláusula de salvaguarda jurídica. Implica el reconocimiento del Autogobierno como un derecho originario sin que sea el resultado de ningún tipo de concesión, la cesión de parte de nuestras libertades para posibilitar el encaje coyuntural de Euskadi en el Estado y, por consiguiente, la aceptación por parte de este último del “hecho diferencial vasco”. Ejes que fundamentan una relación entre iguales, incluida la necesidad de fijar mecanismos que garanticen lo acordado y resuelvan, de manera particular, las legítimas diferencias que pudieran existir en cuanto a su cumplimiento.

Sobre esta base es hora de avanzar hacia un pacto que mejore nuestro Autogobierno. Debemos hacerlo por quienes fueron, por quienes somos y, sobre todo, por quienes vendrán.