Un antiguo y querido profesor me llamaba para felicitar el año nuevo y me recordaba que esta semana se cumplen 15 años de la publicación del libro Clusterizar y Glokalizar la economía: La magia del proceso, en cuya presentación tuvo la gentileza de acompañarme. Prologado por Michael E. Porter, el trabajo pretendía ayudar a comprender cómo desarrollar con éxito procesos de clusterización y glokalización para mejorar la competitividad generando territorios inteligentes. La experiencia vivida en y desde Euskadi en el intenso, a la vez que atractivo proceso de transformación de nuestra economía y sociedad, daba pie a concebir un mundo diferente al que parecía ofrecerse. Creíamos captar las señales que anunciaban nuevos tiempos.

Su contenido se focalizaba en cinco grandes elementos que entonces consideraba esenciales para transitar hacia una economía de bienestar al servicio de las personas, cuestionando algunas de las ideas fuerza que dominaban el entorno económico que vivíamos:

1) La transformación radical en curso que recogía en torno a lo que consideraba las inevitables alianzas coopetitivas para la nueva economía que ya apreciábamos.

2) El propio concepto de la competitividad cuya asociación lingüística con competencia excluyente y beneficio del éxito de algunos y el fracaso del resto distorsionaba su verdadero sentido, modelo de intervención y objetivos económicos y sociales convergentes para el logro del bienestar y prosperidad de las comunidades en que se aplica.

3) La clusterización de la actividad económica (como binomio economía-territorio), rompiendo fronteras sectoriales, cohesionando a la totalidad de los actores intervinientes en la economía objetivo y las ventajas y fortalezas que su desarrollo estratégico conlleva.

4) La importancia esencial de Factor Local, rompiendo la venta simple de una globalización idílica para todos. Una glokalización más allá de espacios geográficos próximos o distantes, alejada del simplista desprecio generalizado entre “aldeanismo proteccionista” versus “internacionalismo universal, progresista y moderno”, que ha venido, hasta hace posos meses, convirtiéndose en mantra descalificador de quienes no abrazaban sin crítica alguna la globalización ilimitada por “decisiones puras del mercado”.

5) La importancia de la “magia del proceso” que explica el por qué proyectos y objetivos similares (o en apariencia idénticos) funcionaron en algunos sitios y en otros no.

Estos elementos clave tenían como referente conductor un doble eje: las experiencias vividas a lo largo de una trayectoria profesional, proyecto a proyecto, y una cierta teorización académica de lo que habría supuesto la aplicación de los modelos implícitos en las teorías base de lo que, con el tiempo, se convirtió en La Ventaja Competitiva de las Naciones del profesor Porter y su red M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad) que, desde su Instituto de Estrategia en Harvard, generaba adhesiones, investigadores, practitioners e impulsores del cambio a lo largo del mundo.

Hoy, el mundo asiste a un renacimiento de la industria, a una profunda apuesta por la coopetencia público-privada como motor inevitable de “una nueva economía” por “reinventar”. Un tiempo en el que la globalización ha mostrado sus carencias y lejanía de la panacea que decía y proclamaba ser, en la que los diferentes países apuestan por “modelos de seguridad en la fabricación, suministros, cadenas de suministro y valor alternativos”, y apuestas estratégicas que superan “fronteras sectoriales” en un imparable mundo interconectado repleto de nuevos jugadores, configuración de ecosistemas (¿clústers?), conjugando políticas económicas, sociales y medio ambientales convergentes. La realidad reposiciona y relocaliza empresas, vuelven su mirada a la importancia de “hacer o fabricar cosas en casa”, y confiere un alto valor diferencial al factor local (sus personas, comunidades e instituciones).

Estos días, leía un interesante artículo en la revista Foreign Affairs, “La nueva era industrial” reclamando la vuelta de los Estados Unidos a convertirse en una superpotencia manufacturera. Basta recoger aquí su primer párrafo para entender el cambio que se viene planteando a lo largo del mundo a la búsqueda de un “nuevo pensamiento y modelo económico inclusivo” y la consiguiente respuesta por nuevos elementos clave que parecerían básicos para el éxito perseguido: “Para muchos ciudadanos, el sueño americano ha desaparecido. En las últimas décadas, USA ha dejado de ser “la fábrica del mundo” y se ha ido transformando en un importador de productos. Desde 1.998, el déficit comercial ha costado más de 5 millones de empleos industriales y el cierre de 70.000 fábricas. Las ciudades pequeñas y medias han entrado en declive y muchas comunidades destruidas. La sociedad americana es cada día más desigual a medida que el “valor y riqueza” se concentra en pocas megaciudades y los antiguos núcleos industriales se abandonan. Cada vez resulta más difícil para los americanos sin estudios y títulos universitarios alcanzar la clase media, la movilidad social se estanca y la ansiedad e insatisfacción social aumenta. La pérdida de la manufactura no solamente ha dañado su economía, sino la propia democracia”.

El artículo apunta, también, aquellas líneas sobre las que pretende construir ese nuevo espacio para América. Su autor, Ro Khanna, representante de los Estados Unidos para Silicon Valley, adelanta algunas líneas prácticas que han sido elevadas a propuesta al Congreso y Presidencia de los Estados Unidos y que se unen a todo tipo de voces (Elizabeth Reynolds, miembro del Consejo Asesor Económico del Presidente Biden y activa en el rediseño de una política industrial para Estados Unidos), o Shannon O’Neill (El mito de la globalización), presidenta del Consejo de Relaciones Exteriores, The Homecoming (Vuelta a casa), de Foroohar en sus trabajos en torno al declive y revitalización regional, etc. Y así, a lo largo del mundo. Hoy mismo, en Davos, líderes mundiales abordan la deglobalización, la reindustralización y los nuevos paradigmas observables en relación con la regionalización, la resiliencia estratégica que han de configurar los diferentes países y nuevas configuraciones de cadenas de valor.

¿Nos parecería extraño escuchar que el apostar por un nuevo mundo para la economía americana pasaría por una estrategia como esta que sugieren? Una estrategia integrada que se comparta en el marco de partenariados público-privados, con un Consejo Económico-Industrial potente, que informe directamente al Presidente del país, con acceso directo y control a todos los programas y políticas públicas, empresariales y académicas financiadas o apoyadas por los gobiernos, coordinando el programa y actuación de todos los departamentos (Estado, Defensa, Industria, Comercio, Energía, Agricultura, Interior y la “diplomacia económica internacional”), impulsando una convergencia entre políticas y beneficios económicos y sociales, con una política específica para revitalizar zonas en declive, redefiniendo una política de compras públicas al servicio de esta “nueva industria”, con financiación especial para iniciativas y proyectos empresariales compartidos por diferentes empresas y agencias de gobierno, y una política fiscal ad hoc para incentivar la “vuelta a fabricar a casa”, dotándose de un nuevo Consejo Asesor Técnico manufacturero y tecnológico público-privado…

Sin duda, leído en Euskadi no llamaría mucho la atención. Hoy, en muchos lugares del mundo, afortunadamente, tampoco, a la vez que quienes asisten preocupados a la búsqueda de nuevas soluciones para el futuro crecimiento y desarrollo económico y consecuente prosperidad de sus sociedades, lo mira ansioso por dotarse de una pronta y eficaz oportunidad y camino a seguir.

Inmersos como estamos, en un interesante momento de inflexión, con movimientos favorecedores de un rearme del pensamiento socioeconómico con la mitigación de pobreza y desigualdad como objetivo conductor, y un compromiso real para el logro de un verdadero desarrollo inclusivo, viable y sostenible, soportado en principios humanistas, pacíficos y democráticos, con reparto solidario de cargos y resultados, parecería razonable transitar por estos caminos.

Esperemos que, efectivamente, aprovechemos la corriente positiva en favor de una “nueva era industrial, económica y social”. Es cuestión de aprender de las experiencias observadas y “desaprender” de los errores cometidos o de los efectos negativos y perversos de aquello que, en un determinado momento, suponía la panacea salvadora e irrenunciable. Son tiempos nuevos y esperanzados a la búsqueda de imaginación, talento y conocimiento, convertible en realidades y soluciones fabricables, recomponiendo relaciones e interconexión próxima, regionalizada, entendible, desde valores compartibles.

Hoy que el mundo aspira a dotarse de espacios pro industriales como motor de un camino hacia la prosperidad, parecería razonable profundizar en nuestras fortalezas diferenciales, avanzar de forma acelerada hacia nuevas oportunidades y redoblar nuestra confianza en el recorrido estratégico emprendido. La riqueza colaborativa generada supone una savia singular para alcanzar un nuevo futuro deseable.