De cría llevábamos a clase clasificadores de anillas en los dividíamos los apuntes de las asignaturas con separadores de colores, rojo Matemáticas, verde Lengua, amarillo Sociales y así... La vida no es tan metódica. No hay separadores de colores para dejarte claro que has entrado en una nueva etapa vital. Pero hay señales. Están ahí, aunque a veces no queramos verlas. Ejemplo: si en nuestra agenda social empiezan a proliferar las bodas de colegas de la cuadrilla, con toda la parafernalia de despedidas y juergas, todavía somos jóvenes, pero subrayando el todavía. Y viene todo esto porque hace unos días falleció Elena Santonja. Decir este nombre y tararear lo de siempre que vienes a casa, me pillas en la cocina... es uno, Paulov debía de tener algo de razón. Leer o ver estos días crónicas sobre Santonja y Con las manos en la masa -para los jovenzuelos, programa de cocina pre Karlos Arguiñano y pre Masterchef- es un chute de nostalgia infantil al nivel de la Bruja Avería o Espinete. Y a la misma velocidad con la que por alguna razón que no alcanzo a entender recuerdo la letra de aquella sintonía televisiva, me pregunto si a mi prima pequeña siquiera le sonará de pasada algo de esto. Porque hace ya tiempo, y de manera traumática para mi orgullo, descubrí que ella es mi separador de colores.
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