El pasado fin de semana tocó fiesta de la palmera melocotonera en nuestro amado templo del cortado mañanero. Tenemos a dos que a 31 de diciembre los pasan a la categoría de jubiletas y ambos se confabularon para pagar un almuerzo como mandan los cánones. Claro que sospechamos que hubo truco, porque lo hicieron en pleno puente, cuando solemos estar menos por aquí. Aún así, se disfrutó como merecía la ocasión de las viandas varias, que lo de que alguien invite a algo se está convirtiendo en estas cuatro paredes en algo tan complicado de ver como a los extraterrestres. Entre bocado y bocado, que nuestro querido escanciador de cafés y otras sustancias fue apuntando al detalle para después pasar la factura a los dos protagonistas del día, se puso sobre la mesa un tema que al llamado grupo de los jóvenes nos dejó un poco de mal cuerpo. Alguno de los viejillos predijo que seguramente estábamos ante una de las últimas fiestas de este tipo porque para cuando nos toque a nosotros llegar a esto, no va a quedar ni un céntimo de euro en la caja de las pensiones, por no hablar de que la edad de hacer el trámite igual está ya por los 102 años. Así que ante la disyuntiva del suicidio colectivo o la melopea curativa, optamos por lo segundo.