HASTA que se han producido estas revueltas en el Magreb, extendidas hacia Oriente Medio, estaba instalada en Occidente la opinión de que el fundamentalismo islámico estaba detrás de muchos países de la zona, y se aseguraba un inevitable "choque de civilizaciones". Recordamos a Francis Fukuyama, Arnold Toynbee y, sobre todo, a Samuel Hungtinton, un tipo profundamente racista cuando afirma la "superioridad cultural occidental" sobre el resto del mundo; teoría asumida con entusiasmo por los extremistas neocon y teocon, que buscan legitimar ideológicamente las barrabasadas de Estados Unidos.

Jacques Delors, el que fuera presidente de la Comisión Europea, también afirmaba que "los futuros conflictos estarán provocados por factores culturales, más que económicos o ideológicos. Y los conflictos culturales más peligrosos son los que se producen a lo largo de las líneas divisorias existentes entre las civilizaciones". Se quiebra el mapa anterior que fundamentaba sus divisiones y unificaciones en lo ideológico, para colocar a la cultura como la principal fuerza que divide y unifica. De ahí, solo quedaba dar un paso para que la línea de fractura entre civilizaciones sea preponderantemente religiosa, enconando a los pueblos cristianos occidentales y a los pueblos musulmanes.

Huntington viene a reinstaurar la idea de "conflicto", pero no ya entre clases sociales, entre ricos y pobres, entre países centrales y periféricos, sino entre "civilizaciones". Y describe un enemigo tenaz y despiadado para el Occidente democrático: el islam, todo el islam y no solo el fundamentalismo islámico. Así, el nuevo conflicto de la Historia se construye desde este "choque" entre ambas civilizaciones.

Lo de Fukuyama se centró en la caída del comunismo y el deseo de perpetuar un supuesto éxito imposible de mejorar de la democracia occidental, a la manera de Hegel, quien ya se propuso detener la historia tras la batalla de Jena para perpetuar el modelo de la Revolución Francesa. José Mª Aznar intentó coger el testigo de Hungtinton rechazando el concepto de "choque de civilizaciones" para defender la existencia de una "única civilización", por lo que apostó por una Alianza de los Civilizados; y lo hizo en una conferencia, nada menos que en Túnez… Qué pensaría este aprendiz imperialista cuando le dijeron que en un libro reciente de Hungtinton -¿Quiénes somos?- se plantea también la existencia de un choque entre la comunidad anglosajona de EE.UU. y la hispana, a la que se describe como una amenaza para los valores democráticos y la prosperidad económica.

Ahora llegan las revueltas en forma de dominó y todos podemos comprobar que, lejos de predominar un fundamentalismo islámico endemoniado, son unos dictadores aprovechados los que mantienen dictaduras de terror a lo largo de la zona, y que los rebeldes solo buscan libertad para decidir su destino y salir de la pobreza a la que les tienen sometidos sus reyezuelos. Empezó en Túnez, y el reguero de libertad ha llegado hasta Jordania, Irán y Siria, sin afectar, por el momento, a Argelia ni Arabia Saudí, una de las monarquías feudales más repugnantes de todo Oriente Medio. Esta reflexión no pretende desechar la amenaza del fundamentalismo islámico. Solo pretende colocar en su sitio a la realidad por encima de lo que nos quieren predisponer los de siempre. Porque me parece una verdadera canallada el objetivo de influir a millones de norteamericanos, canadienses y europeos contra toda una zona del planeta, alentando la xenofobia y el racismo por intereses imperialistas. Ahora, viendo lo que está pasando, recordemos que el peligro está en los dictadores sean del signo que sean, incluso cuando algunos están colocados con nuestros impuestos. Y reforcemos también la solidaridad con todos esos pueblos, que están hartos de tiranía, nepotismo y corrupción.