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Mesa de Redacción

César Martín

Fútbol

Mientras escribo estas líneas, acompaño al Deportivo Alavés en su cometido dominical en Mendizorroza. Lo hago de manera metafórica, bien sentado en la redacción, sin sufrir más inclemencias que el exceso de calefacción. Es una costumbre adquirida hace demasiados años. Mientras doy a la tecla avanzando contenidos para las ediciones en curso, me aferro al soniquete radiofónico. Es la manera más directa de vivir el fútbol en directo si tienes la desgracia de desempeñar un trabajo que no entiende de festivos ni de fines de semana. Pese a las bondades de mi sistema, la verdad es que en días como el de ayer, uno sufre. Mucho por el partido, y mucho por no poder catar de primera mano el ambiente que se vivió en las calles de Vitoria, con hinchas de Alavés y Athletic disfrutando de un prepartido en hermandad pese al invierno gélido instalado capaz de asustar a los osos polares. Vitoria fue un hervidero de gente futbolera, disfrutando de la rivalidad de la manera más sana que existe: tomando cañas y pintxos, asumiendo los cánticos de los rivales y mostrando los propios con orgullo, todos juntos y sin razones para temer nada más allá de regresar a casa con media pulmonía. Eso sí que es un fútbol del que sentirse orgulloso.