Quizá deberíamos crear una sección específica dedicada a Donald Trump. No hay manera de abarcar y seguir la hiperinflación informativa que genera. Yo andaba aún con el fulminante veto a Jimmy Kimmel –repuesto ya en su programa por ABC, propiedad de Disney; no así su colega Colbert, al que la CBS cancelará su programa en julio próximo– y el presidente de la tierra de la libertad ya estaba, recién llegado de su visita a Windsor donde ha dejado claro que de mayor quiere ser rey –divertida pirueta histórica, sin duda– , poniéndose al frente de una nueva cruzada, esta vez contra el paracetamol. Sin tiempo para desmentirle, ya se había marcado un delirante discurso en la Asamblea de la ONU, coronado con su demanda del Nobel de la Paz, porque de autoestima anda sobrado. Y tuvieron que venir una escalera mecánica y un teleprompter para darle un poco por saco. No ha dejado pasar la ocasión para deslizar un posible sabotaje... el comando antidiscursos del frente de liberación de las escaleras mecánicas... Y luego está el momentazo de Emmanuel Macron telefoneando a Trump porque estaba bloqueado en las calles de Nueva York por el paso de la comitiva del líder republicano, ante la desconcertada pero implacable mirada de un agente de la Policía neoyorkina. La política del apabullamiento. A ver si mientras miramos el dedo igual no vemos la luna.