En nuestro amado templo del cortado mañanero, los almuerzos son diarios –la cosa puede ir desde un buen bocadillo hasta un plato como mandan los cánones, dependiendo de quién pida y la hora que sea– pero lo de las cenas es más excepcional. Si toca, suele ser en viernes y se cierra la puerta para que los presentes estén tranquilos degustando un menú en el que suele haber un nivel de aupa el Erandio. Tonterías las justas. Y esto es muy fácil, nuestro querido escanciador de café y otras sustancias dice si alguien se anima un día concreto con unos platos cerrados, y se abre una lista. El que quiere, se apunta. El que pasa, no. Punto. La lógica es aplastante. Por eso uno de los viejillos se preguntó el otro día, con todo esto de las sumas y las restas en el panorama político, la razón por la que cuando se hace una coalición, no hay alguien que dice cuándo es la cena, qué hay en el menú y abre una lista. Y oye, el que quiere se apunta, y el que pasa, no. Aquí tuvimos dos respuestas. Uno de los aitites recordó que la vida no es tan fácil como en el bar. Uno de los jóvenes dijo que nunca deberíamos ir a votar salvo que entre las papeletas haya un partido que se llame Frente Judaico Popular, Frente del Pueblo Judaico, Frente Popular de Judea o Unión Popular de Judea.
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