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Nos ha anunciado nuestro querido escanciador de café y otras sustancias que tenemos que ejercer el derecho democrático a decidir cómo nos va a dar por saco. Hay que elegir entre dejar de contar con determinados productos en los pintxos y en los almuerzos/cenas de nuestro amado templo del cortado mañanero o asumir una subida de precios de ríete tú de la inflación. Es más, le ha dado completamente igual las acusaciones de sucio capitalista abusador. Sabe que si los grandes dueños de los supermercados pueden decir lo que les da la gana mientras el personal sigue acudiendo a gastarse el dinero en sus chiringuitos, a él le va a pasar lo mismo. Lo peor es que tiene razón, no sabemos dónde ir. Aún así los viejillos no terminan de ver clara alguna cosa porque si el que está al inicio de la cadena alimentaria del torrezno está que no le llega la camisa al cuello por mucho que produzca y ellos, que son el último eslabón, no tienen ni para pagarse el ibuprofeno, ¿dónde se queda la pasta? Sospechan algunos de los venerables que nuestro barman, al igual que otros que están en medio de esos dos extremos, aplican a rajatabla aquello de el que parte y reparte se lleva la mejor parte, y que la pela existir, existe solo que ni se crea ni se destruye, se la quedan siempre los mismos.