Cristóbal Balenciaga es uno de esos ejemplos de que con talento es posible llegar a ser una figura internacional pese a nacer en una familia humilde. Porque el modista que traspasó fronteras con su idea de la alta costura vino al mundo en Getaria en 1895, convirtiéndose en el pequeño de cinco hermanos a los que sacaban adelante sus padres, un pescador y una costurera. La situación familiar se complicó con la muerte de su padre en el mar cuando él sólo tenía once años, con lo que el trabajo de su madre se convirtió en el sustento de todos, lo que sirvió para que el pequeño Cristóbal se familiarizara pronto con la costura y los patrones.
El oficio le gustó. Tanto que dibujaba los grandes diseños que veía, y tuvo la suerte de que su talento no pasara inadvertido. En aquella época Getaria era lugar de veraneo para la aristocracia y eso permitió que, con sólo trece años, tuviera contacto con la marquesa de Casa Torres, abuela de la reina Fabiola de Bélgica, que captó pronto que aquel chaval tenía futuro en la moda. Ella le propuso un reto: copiar uno de sus vestidos más exclusivos con un trozo de tela que le entregó. El resultado le encantó y a partir de ese momento se convirtió en su mecenas.
De Donostia al cielo
Siendo un adolescente se trasladó a Donostia-San Sebastián para formarse en algunos de los establecimientos más prestigiosos de una ciudad que también era destino vacacional popular entre las monarquías y élites españolas y europeas, lo que le hizo conocer unos mundos que sus orígenes humildes no le habrían permitido.
Cuando era un niño de 13 años, la marquesa de Casa Torres le puso el reto de copiar un vestido y pasó a ser su mecenas.
En 1917, con 22 años, abrió su primer taller con la ayuda de su hermana, y su trabajo le hizo acceder a una clientela aristocrática que incrementó rápidamente su prestigio. Dos años después inauguró una tienda en Donostia, llamada Eisa en homenaje a su madre (apellidada Eizaguirre), más centrada en clases medias y no tanto en realezas, y el éxito le llevó a abrir locales en Madrid (1924) y Barcelona (1925).
Guerra civil y exilio en Francia
Su carrera despegaba de manera fulgurante, pero años después estalló la Guerra Civil en España. Balenciaga, simpatizante del Gobierno de la Segunda República, se vio obligado a cerrar sus tiendas y a refugiarse en Francia. Un exilio que en lo profesional no le fue nada mal, pues la alta costura tenía su epicentro en el país galo, en el que en 1937 abrió su taller en París.
Sus propuestas eran realmente innovadoras para los cánones de aquella época: buscaba los volúmenes apostando por las caderas redondas, los hombros caídos y la cintura pinzada en prendas que perseguían la comodidad, la pureza de líneas y una reinterpretación de la tradición española.
Retirada por sorpresa
En los años 40 su estilo comenzó a ser reconocido, aunque fue en los 50 cuando despuntó y su figura fue imprescindible en la moda internacional hasta mayo de 1968, cuando se retiró de la alta costura y cerró sus talleres de París y Madrid. Fue una decisión inesperada que pilló por sorpresa a sus propios empleados, pero que tuvo sus razones. La crisis de la alta costura en favor del prêt-à-porter le supuso una notable pérdida de rentabilidad económica, dificultades incrementadas por los elevados impuestos franceses y por la dramática caída de ventas de la alta costura gala a clientes norteamericanos debido a la política antiestadounidense del general De Gaulle.
La Guerra Civil le obligó a cerrar sus talleres en Donostia, Madrid y Barcelona y se tuvo que instalar en Francia.
Excepción con la nieta de Franco
Todo ello llevó a Balenciaga a regresar a España, a su casa de Jávea (Alicante), donde sólo abandonó su retiro profesional para un trabajo: en 1972 aceptó el encargo de diseñar el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, nieta de Francisco Franco. Fue su última obra, quince días antes de morir el 23 de marzo en el Parador Nacional de Jávea. Aparentemente se encontraba bien de salud, pero allí sufrió un infarto de miocardio seguido por un paro cardiaco. Fue enterrado en Getaria, regresando a la localidad costera gipuzkoana que lo vio nacer 77 años antes.
Discreto y reservado
Cristóbal Balenciaga fue un hombre extremadamente discreto. Tanto que apenas se supo nada de su vida privada. Nunca quiso salir en prensa ni conceder entrevistas porque quería que el protagonismo se lo llevaran sus creaciones. “Es más importante el prestigio que la fama. El prestigio queda, la fama es efímera”, afirmó. Su carácter reservado le hacía evitar las frivolidades y los eventos que reunían a las figuras de la época. Y trasladaba su forma de ser a su trabajo: era riguroso, metódico y puntual, y en sus talleres reinaba el silencio. Recibía a sus clientes con cita previa y organizaba desfiles privados.
Estrellas entre sus clientas
Su discreción no le impidió tener entre su clientela a figuras de la realeza, la aristocracia y el espectáculo, como Grace Kelly, Jackie Kennedy, Audrey Hepburn, Ava Gardner o Greta Garbo, y diseñó y confeccionó los vestidos de boda de la reina Fabiola de Bélgica y de la duquesa de Cádiz. Una de las clientas que mejor habló de él fue Marlene Dietrich. La actriz alemana aseguró que cuando Balenciaga le realizaba un vestido no necesitaba probárselo antes de dar el visto bueno y que nunca necesitó un retoque.
Perfeccionismo máximo
Balenciaga daba a las prendas un acabado tan perfecto que parecían esculturas. La exigencia consigo mismo era máxima; si al terminar un vestido no se quedaba absolutamente satisfecho lo deshacía entero y comenzaba de nuevo. A esa autoexigencia le añadía un maravilloso manejo de la técnica, la costura y los tejidos, algo que lo diferenciaba de los demás. “Es el único de nosotros que es un auténtico ‘couturier”, afirmó Coco Chanel, contemporánea de Balenciaga al igual que Christian Dior. “Es el maestro de todos nosotros”, añadió el francés.
Grace Kelly, Ava Gardner, Marlene Dietrich, Audrey Hepburn, Jackie Kennedy y Greta Garbo estuvieron entre sus clientas.
También hablaban maravillas de él quienes se formaron en su taller, muchos de los cuales alcanzaron fama internacional, como Paco Rabanne, Óscar de la Renta, André Courrèges, Emanuel Ungaro o Hubert de Givenchy, que se refería a Balenciaga como “el arquitecto de la alta costura”. Una afirmación en la que coincidió con el propio diseñador vasco, que declaró que “un modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para las formas, pintor para los colores, músico para la armonía y filósofo para la medida”.
Pintura y estilo
De entre esas disciplinas otra que le encantaba era la pintura, que practicaba en su tiempo libre. Era un apasionado de los grandes pintores españoles y se inspiró en Goya, Velázquez, Zuloaga, El Greco, Miró o Picasso para sus diseños, que también tenían algo de cubistas. La consecución del volumen fue fundamental en su trabajo, mostrando predilección por los tejidos con peso, enriquecidos con bordados a mano, lentejuelas o pedrería.
Tuvo propuestas a las que se mantuvo fiel, como los vestidos túnica negros, con falda por debajo de la rodilla y manga tres cuartos, abrigos sin cuello ni botones, tacones bajos o impermeables transparentes. Innovaciones que se traducían en una filosofía de la que nunca quiso despegarse: “La mujer debe andar de manera natural y no sentirse insegura en su paso”. Mostró una fidelidad casi absoluta a la alta costura, pese a la pujanza del prêt-à-porter, que acabaría precipitando su retirada. Su único acercamiento a esta moda menos exclusiva llegó al final de su carrera, cuando aceptó crear el uniforme de las azafatas de Air France.
La marca, en su mejor momento
La marca Balenciaga se mantuvo inactiva desde que el modisto decidió retirarse en 1968, pero reapareció en 1986 cuando Jacques Bogart S.A. adquirió sus derechos a sus herederos. Más tarde, ya en 2001, fue comprada por el grupo Kering, que aglutina marcas como Gucci, Yves Saint Laurent, Sergio Rossi, Boucheron, Bottega Veneta, Alexander McQueen, Brioni, Volcom, Puma, Stella McCartney y Girard Perregaux. Balenciaga, totalmente desligada de su creador, atraviesa un grandísimo momento de popularidad, especialmente desde que al frente de ella se encuentra el diseñador georgiano Demna Gvasalia, que la ha convertido en un fenómeno fan con una gran variedad de productos de alta costura, prêt-à-porter, perfumería y joyas, aunque son sus bolsos y sus zapatos (y zapatillas deportivas) los complementos que causan verdadero furor. Tanto es así que recientemente ha sido nombrada como la firma más popular del mundo, según un estudio realizado por la plataforma global de venta de moda on line Lyst.
El museo y el resto de su legado
El legado de Cristóbal Balenciaga pasa por el museo que lleva su nombre en su localidad natal, Getaria, un espacio de más de 9.000 metros cuadrados. Inaugurado en 2011, ocho años después de lo previsto contó para su estreno con la presencia del el modisto Givenchy, de la reina Sofía y de Carmen Martínez-Bordiú, a quien creó su vestido de boda.
Los diseños, unas 1.200 piezas expuestas sobre maniquís invisibles, se exhiben de forma rotatoria, debido a las limitaciones de espacio para una colección tan extensa y también para que los materiales, frágiles, no se deterioren. Aproximadamente la mitad de las piezas proceden de la donación de Rachel L. Mellon, esposa del magnate bancario estadounidense Paul Mellon y que fue clienta destacada de Balenciaga.
Hay otros museos que cuentan con importantes diseños del modisto vasco. El Museu Textil i d’Indumentària del Disseny Hub de Barcelona tiene una interesante colección de vestidos y complementos, especialmente sombreros, y el Museo del Traje de Madrid también expone creaciones suyas. Sus obras han traspasado fronteras tras su fallecimiento, y se han expuesto en los principales museos del mundo, como el Metropolitan de Nueva York, la Fundación de Moda de Tokio o el Museo del Tejido de Lyon.
Su figura también ha recibido reconocimientos más personales. Eduardo Chillida, amigo suyo, le realizó una escultura llamada ‘Homenaje a Balenciaga’, y la ciudad de Donostia-San Sebastián puso su nombre a un paseo situado en el barrio de Igeldo, donde el gipuzkoano tuvo una casa. Además, Francia lo nombró Caballero de la Legión de Honor.