Para conocer la historia que encierra La diva, lo nuevo de Reyes Monforte, tenemos que viajar a Nueva York al año 1851. Allí conoceremos a una niña prodigio del bel canto y seguiremos su trayectoria en el mundo de la ópera, donde triunfó enormemente. Su nombre, Adelina Patti.
Esta novela se publicó en pleno boom de Esa diva de Melody. ¿Fue algo fortuito o la mejor campaña de marketing imaginable?
(Risas). La verdad es que yo no me había enterado porque no soy muy fan de Eurovisión, y todos me hacían la misma broma. Me ponían en redes sociales la música hasta que al fin me enteré de lo que había pasado. Pero bueno, sí, tenemos la banda sonora. No es muy del estilo de La diva, pero... (risas).
Uno de los grandes hitos a destacar de la carrera de La Patti fue que actuó para Abraham Lincoln. ¿Cómo llegó a sus manos esta historia?
Por casualidad. Yo estaba de vacaciones en el Reino Unido y alquilé un coche para acercarme a Gales y allí, tomando un café, la encargada del establecimiento me dijo: “Ah, son españoles. Vendrán a ver el castillo de la gran diva de la ópera, que además era española”. Yo pensé que se estaba confundiendo con Maria Callas y que pensaba que era española. Pero cuando me acerqué al castillo, que sigue siendo el mayor castillo de Gales y el más embrujado -porque aseguran que el fantasma de La Patti se ve sobre todo en el teatro que ella mandó construir dentro-, me empecé a documentar y vi que tenía una vida de película y de novela por lo que fue, por los nombres que la acompañaron y porque tuvo una vida privada muy escandalosa. Eso alimentaba mucho a la prensa y al público, las leyendas y los rumores que enriquecían su condición de diva.
¿Cuál es la leyenda que más le ha sorprendido?
Es todo, es una detrás de otra. Desde que fue la soprano mejor pagada de la historia, desde que se compró un papagayo y le enseñó a decir: “Más dinero, más dinero, más dinero” cada vez que un empresario entraba a la habitación. Siempre la acompañaron las leyendas; unas ciertas como que le pedía a las compañeras de reparto que no se maquillaran porque se le quedaban los polvos en la garganta y no podía cantar. Era mentira, lo que pasa es que quería salir ella guapísima con sus joyas y sus vestidos. O que exigía que la llave de sus vagones del tren de la ópera que usaba para hacer las giras de Estados Unidos fuera de oro, así como la grifería. Luego había otras leyendas que no eran verdad, como que se tomaba todas las mañanas para conservar la voz un sándwich con doce lenguas de canario. Eso era mentira, pero Rossini le dijo que no lo desmintiera. También estaba muy extendida la leyenda de que había nacido sobre el escenario del teatro Circo, donde su madre cantaba Norma. Nació en una casa de huéspedes.
"Quería salir ella guapísima con sus joyas y sus vestidos"
La gente contribuyó a difundirla.
Claro, además fue una niña prodigio. Debutó con ocho años en un teatro de Broadway y decir: “Soy una cantante de ópera y además nací en un escenario”, todo eso como que arrastra mucho. Pero, fíjate, lo que más me ha llamado la atención es que en plena época victoriana, cuando las mujeres no trabajaban y mucho menos ganaban dinero, ella trabajó, ella recorrió el mundo, llenó los teatros más importantes de todo el mundo, desde Rusia hasta Estados Unidos, Italia, España... El rey de Países Bajos pidió incluso un préstamo para poder escucharla. Y eso en plena época victoriana. Ella se convirtió en la soprano mejor pagada de la historia, era la más pagada tanto en hombres como en mujeres. Enarboló la bandera del feminismo sin ni siquiera saber qué bandera era esa. Y me llamó mucho la atención que en un momento donde las mujeres casi no tenían voz ella fuese la voz que enmudecía al mundo.
También dentro de casa. No se dejó pisar ni por su padre, ni por su cuñado, ni por sus maridos.
Absolutamente por nadie. Además, tuvo la desfachatez entre comillas de serle infiel a su primer marido, que además lo descubrió por unos mensajes que le escribieron. Estuvieron a punto de meterla en prisión porque quiso denunciarla por adúltera. Pero vivió como le dio la gana, con quien le dio la gana, hizo todo lo que quiso. Ella decidió no tener hijos porque en aquella época las sopranos que daban a luz perdían la voz. De hecho, su madre siempre dijo que La Patti le había robado la voz. No volvió a cantar. Y ella decidió no ser madre por eso.
Es también una gran historia de amor entre una madre y su hija. Esa madre que cedió el escenario a su hija.
Sí, ese reconocimiento de: “He dado a luz a la gran voz del siglo XIX, a la mujer más famosa del siglo XIX”. Como madre, tenía ese orgullo. Ella dijo: “Ya hay una nueva reina de la ópera, así que yo no voy a cantar más”.
En la novela también encontramos al navarro Julián Gayarre.
Sí, además se entendieron muy bien porque coincidieron. De hecho, uno de los eventos del año fue cuando Adelina Patti cantó junto a Julián Gayarre en el Teatro Real de Madrid. Se acabaron las entradas, toda la aristocracia quería estar presente... Fíjate, en el Teatro Real hay una sala Julián Gayarre, pero les pregunté por qué no hay una sala Patti. Me extrañó. Julián Gayarre fue el tenor del momento, pero internacionalmente el fenómeno de La Patti no tenía casi comparación. Todos nos preguntamos por qué ha caído en el olvido y no tengo la respuesta. Es increíble que una mujer así haya caído en el olvido.