Arrancó el lunes el Partido Demócrata su convención con dos tareas primordiales, más allá de la de ratificar la candidatura de Kamala Harris. Por un lado, los demócratas tienen por delante el reto de dar a conocer a su candidata a presidenta. Harris, encumbrada en tiempo récord y en circunstancias casi de emergencia para su partido, es una desconocida para buena parte de su electorado objetivo. Cierto que su candidatura tras la renuncia de Joe Biden fue rápidamente respaldada por los popes de su partido, generando cifras récord de donaciones y un fuerte impulso en las encuestas. Pero las elecciones de 2016, en las que Donald Trump se impuso a Hillary Clinton, evidenciaron que las encuestas no siempre acaban mostrando el resultado de un proceso mucho más complejo. Nadie previó la victoria de un Trump al que pocos se habían tomado en serio, ni siquiera unas encuestas que eran favorables a Clinton. Y ahí viene la segunda tarea a la que deberían aplicarse los demócratas, la de sobreponerse a unas expectativas que les podrían llevar a una euforia prematura. Hace justo un mes Biden anunció su renuncia a la carrera por la reelección, impelido públicamente por su propio partido que había entrado en pánico absoluto tras el desastroso debate televisado que protagonizó con Trump a finales de junio. Precisamente, estos días Harris está recorriendo algunos de esos denominados Estados bisagra, caso de Pensilvania o Wisconsin, que fundamentaron la victoria de Biden en 2020. Es esencial para Harris transformar esa vorágine de ilusión generada en una base electoral suficiente. Y ese objetivo pasa por ampliar la base del electorado demócrata, en contraposición a un Partido Republicano diluido en el hiperliderazgo ultrapersonalista de Trump. También está por ver qué grado de influencia puede tener la brecha que la guerra en Gaza abre en la aparente unidad demócrata en torno a Harris. Dicho todo esto, no es menos cierto que la designación de Harris ha conseguido desarmar absolutamente la estrategia electoral de un Trump que se había encomendado a la ridiculización de la edad de su oponente y a una especie de aura mesiánica fruto del atentado sufrido a primeros de julio. Biden ha entregado en Chicago el testigo a Harris: “Salvamos la democracia en 2020. En 2024 el voto de cada uno de nosotros determinará si la democracia y la libertad prevalecen. Es así de simple”.
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