La configuración de un equipo de gobierno traslada mensajes, más o menos explícitos o latentes, sobre las prioridades de quien lo ha diseñado. El gabinete de Pedro Sánchez habla de una expectativa de significado peso de la política en la toma de decisiones, en la consecución de transformaciones y en la gestión de las necesidades que tendrá que satisfacer en un ambiente hostil hasta el exceso por parte de la oposición y suspicaz por parte de sus propios apoyos. Las 22 carteras diseñadas modifican en parte, pero no demasiado, la distribución de responsabilidades tanto en la agenda de cada Ministerio como en la de cada socio del gobierno: PSOE y Sumar. Las carteras que mas relación tendrán con los apoyos externos al Ejecutivo quedan en manos de personas de confianza del presidente. Igual que algunas que fueron objeto de polémica y han dejado heridas abiertas, como atestigua la salida doliente de las ministras Montero y Belarra. Cicatrizar esas heridas no compete, sin embargo, al gobierno ni al partido que lo lidera. Yolanda Díaz y Sumar quienes tienen que recoser o descoser del todo el vínculo deshilachado con Podemos. La división a la izquierda del PSOE resulta un factor de inestabilidad en sí mismo y decepcionará a un sector de sus votantes por la percepción de choque de personalismos que proyecta hacia la sociedad. Al margen de esta circunstancia, al Gobierno de Sánchez le corresponderá liderar y cohesionar. Liderar una transformación a la que se ha comprometido fruto de su propia necesidad pero que debe cohesionar un modelo de estructuración del Estado que rescate y consolide la descentralización no necesariamente simétrica que ya describía la Constitución. En ese empeño le tocará ser resiliente porque el intento de subvertir el resultado electoral por parte de la derecha no tiene visos de cesar. Quizá la presencia de algunos nombres aparentemente desgastados en la legislatura anterior en carteras emblemáticas –Interior, Defensa– pueda llevar a pensar que esa resiliencia también precisará de una vía de escape; de una posibilidad de renovación a corto-medio plazo en función del desgaste inmediato. Si eso es síntoma de la firme voluntad de avanzar en los compromisos firmados aun a costa de la fatiga del gabinete, será buena señal. Si no, solo será un factor de inestabilidad más.