La grave crisis institucional provocada por las luchas de poder internas pero sobre todo por una estrategia política ultrapopulista y ultraderechista radical instalada en el Partido Republicano de Estados Unidos es una consecuencia más del trumpismo que ha anidado en los últimos años en la formación tradicionalmente conservadora y en buena parte de la sociedad norteamericana. Justo cuando se cumplen dos años del violento asalto al Capitolio por parte de partidarios de Donald Trump, quien había instigado y enardecido con burdas mentiras a las masas bajo el falso argumento de que se habían manipulado las elecciones en las que perdió la presidencia, las maniobras de los republicanos están bloqueando de manera ilegítima la Cámara legislativa. La novedad es que esta vez el sector radical dirige sus sucios manejos contra el líder de su propio partido, Kevin McCarthy, de carácter más moderado y que no comparte sus delirantes teorías de la conspiración. Aunque no es comparable con el asalto al Capitolio –del que Trump a buen seguro deberá rendir cuentas, habida cuenta del informe de la comisión del Congreso que investiga los hechos–, este boicot al sistema político estadounidense –sin precedentes en un siglo– es un síntoma más del proceso de descomposición del Partido Republicano, incapaz de admitir su derrota electoral ante Biden y el fracaso de su intento de generar una gran marea roja en los pasados comicios legislativos. Esta estrategia supone un nuevo ataque a las instituciones democráticas y constituye una fase más del proceso trumpista, ya sin Trump, de acaparar el poder. El delirio ha llegado a tal límite que los congresistas republicanos más díscolos han desoído incluso al propio Trump, que en un último intento por salvar la situación hizo, sin éxito, un llamamiento a proclamar a McCarthy como speaker de la Cámara. Las consecuencias de toda esta actitud irresponsable son imprevisibles, pero el deterioro institucional y la desconfianza en la clase política son incuestionables. Tanto el Partido Republicano, visto por la opinión pública como ingobernable y, en consecuencia, incapaz a su vez de gobernar, como McCarthy, cuyo liderazgo es ya sumamente débil, máxime tras hacer concesiones impensables en un vano intento por alcanzar su objetivo de poder, han perdido todo el crédito como alternativa válida en EEUU y en el mundo.
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