egún investigaciones del equipo del catedrático de Oxford Paul Collier, en los 10.000 años de historia de la humanidad la economía de mercado ha sido el único sistema que ha sido capaz de incrementar el nivel de vida de la población de manera consistente. Son datos, no opiniones. Entre algunas razones, por su capacidad de combinar los beneficios de escala productiva y reducción de costos en la producción de bienes y servicios junto con la descentralización de decisiones. Sin embargo, no reconocer que la economía de mercado -ante la debilidad probada de los mecanismos de regulación actuales- ha resultado en un vagón descarrilado sería de igual forma negar la evidencia. En términos globales, y solo centrándonos en los países occidentales, desde los años 80 los niveles de desigualdad se han incrementado de forma preocupante. Los datos muestran que cada vez menos ganan más y más, y una parte de la población (variable dependiendo del país y realidad, ojo), se va quedando estancada. Pero en general, la economía de mercado ha demostrado una lógica lejana a la hora de asumir las obligaciones aparejadas para con las personas y comunidades en los ámbitos económico, social y medioambiental. Por mencionar lo último, el consenso científico de que nuestro planeta se va al carajo a este ritmo es bien claro.
La doctrina económica preponderante aun descansa bajo la premisa de que la actividad empresarial debe tener la maximización de beneficios como única brújula, eludiendo o trampeando la asunción de cualquier carga u obligación moral. En un efecto cascada, dicha lógica ha permeado a una concepción individualista del individuo, centrando el concepto de éxito personal y vital a la obtención de logros personales. Quizás, y pensando en quien escribe esto, haciendo cada vez más difícil discernir entro lo verdaderamente importante y lo accesorio. Bajo este paradigma, las personas son exitosas porque son brillantes y lo merecen, mientras que quien se queda atrás es porque no se esfuerza lo suficiente, o sencillamente no sirve. No voy a negar que la meritocracia me parezca un enfoque mucho más justo y adecuado que el del burdo y estúpido igualitarismo mal entendido. Ahora bien, la meritocracia tiene sentido cuando las personas y comunidades parten desde el mismo punto de partida, y diversos datos objetivos, siempre a precisar en contexto y lugar, avalan que en general ese punto de partida igualitario está lejos de la realidad.
La falta de humanismo del modelo económico actual y los destrozos irreversibles que está ocasionando en el planeta deberían ser causas más que contrastadas para deducir que el capitalismo requiere y debe repensarse y redefinirse. ¿Pero cómo? Con el entramado de lobbies, agentes e intereses actuales es harto difícil, aunque como punto de partida, se puede trabajar en cuatro niveles elementales. 1. Leyes y regulación, 2. Propiedad y gobernanza, 3. Patrones de medición del rendimiento y 4. Finanzas e inversión.
En lo referente a las leyes y regulación, los mercados financieros hace tiempo que son globales, el capital se mueve libremente e intentar regular o gravarlo por los estados nación es cada vez más difícil, aunque es hora de agarrar el toro por los cuernos. A nivel global (el verdaderamente relevante) más allá de los descafeinados acuerdos de Basilea de turno, aun no existen mecanismos de control globales que funcionen con la adecuada efectividad para regularlos, y esto sigue como un problema grave a resolver. Dependerá de entidades supranacionales atajar, por ello es fundamental fortalecerlas y apostar por ellas decididamente.
En cuanto a la propiedad empresarial y económica, pasar de verla como un conjunto de derechos a un conjunto de obligaciones y responsabilidades. En este sentido, la presión y ambición de accionistas/fondos de inversión propietarios de empresas -ávidos de rentabilidad a corto plazo- terminan poniendo en riesgo la sostenibilidad de las mismas, por no decir que se pasan por el arco del triunfo su impacto en las personas, sociedad y en el planeta. Son la principal maquinaria de la economía sin alma. Aunque quizás sorprenda, este tipo de inversor me parece fundamental por cuestiones que habría que tratar con mayor profundidad, pero es fundamental que ponerles coto y que tengan un rol mucho menos relevante en el devenir económico. A partir de ahí, es fundamental profundizar en un tipo de propiedad por parte de personas trabajadoras, fundaciones y fondos e inversores que velen por proyectos sostenibles (y con propósito) a largo plazo.
En referencia a los modelos de gobernanza, la transición exige pasar de concebirlos para solventar los problemas de agencia y alinear los intereses de los directivos con los de los accionistas, para verdaderamente institucionalizar cauces de participación de las personas trabajadoras en la gestión y en los resultados de las mismas.
La medición del rendimiento en los mercados ha consistido en valorar el capital material y financiero y su depreciación, junto a la maximización del beneficio. En este sentido, la responsabilidad (nuestra) como consumidores y compradores debe tornarse en ineludible, premiando y comprando a empresas por los resultados positivos que son capaces de generar en personas, entorno y necesidades, o problemas que pueden solventar.
Concebir un capitalismo que sea capaz de que las empresas generen resultados positivos, en la medida en que solucionen los problemas y necesidades de las personas y el planeta puede ser una utopía, o nuestra responsabilidad como consumidores particulares... y de las compras/colaboraciones que gestionamos en nuestras empresas.
No son pocas las empresas, personas trabajadoras, empresarios/as y gestores/as que conozco con verdadera vocación de ejercer la actividad económica bajo un propósito y valores radicalmente distintos a los de "la escuela de Chicago".
Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia