Eduardo Chillida (Donostia, 1924-Donostia, 2002) describió a su admirado Johann Sebastian Bach como “moderno como las olas, antiguo como el mar, siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual”. Una descripción que, cuando está a punto de cumplirse el primer centenario del nacimiento del artista y escultor donostiarra este miércoles, 10 de enero, se ha convertido en la marca más representativa de su propia obra. Cien años después, su estética es reconocida por todos, pero, al mismo tiempo, sigue siendo nueva y vigente, gracias, en buena parte, a unos valores humanos que predicó en vida y que siguen siendo igual de necesarios.
Separar la obra de Chillida de su propia vida y de su contexto es imposible. Nacido el 10 de enero de 1924 en Donostia, fue el tercer hijo del militar Pedro Chillida y de su mujer, la soprano Carmen Juantegui. Fue una persona contemporánea a su tiempo y, en todo momento, preocupada por lo que sucedía a su alrededor, con una voluntad constante de conseguir que la sociedad caminase hacia la libertad y la paz. Así lo define Nausica Sánchez, responsable de Educación e Investigación de Chillida Leku, quien destaca que “era una persona que ponía al ser humano por encima de todo”.
Títulos de obras como Jaula de la libertad, Arco de la libertad, Diálogo-Tolerencia y Campo Espacio de Paz son solo algunos ejemplos que remiten a la preocupación que tuvo por crear piezas en pro de los derechos humanos. “Tenía un discurso a favor de la paz y de la libertad que lo defendió en toda su trayectoria”, señala Sánchez, al tiempo que pone como ejemplo el amplio legado de logos que diseñó, muchos de ellos porque se los pedían y otros por querer ayudar en aquellas causas en las que creía.
El más conocido de ellos es el árbol que diseñó para la Universidad del País Vasco bajo el lema Eman ta zabal zazu, pero hay muchos más, como el que creó para la fusión de la Caja Municipal de San Sebastián y de la Caja Provincial de Gipuzkoa, Kutxa (hoy Kutxabank), las primeras Gestoras pro amnistía o el que se utilizó en contra de la creación de una central nuclear en Deba, sin olvidar diferentes carteles para instituciones como Emakunde. Todas ellas imágenes diseñadas en tiempos en los que se pedía un cambio político y social que nada tenían que ver con los de sus inicios profesionales a comienzos de los años 50, en los que empezó a trabajar los elementos que acabarían por marcar su legado, el hierro y el acero, y que dejaban atrás un primer acercamiento a la escultura más figurativa.
“Era una persona muy comprometida socialmente, con una voluntad de cohesión social y que creía en las personas y en la paz. Era alguien profundamente humano y espiritual, sin olvidar su parte más religiosa”, agrega la investigadora de Chillida Leku. La cruz de la paz, la pieza que construyó para la Catedral del Buen Pastor de Donostia con motivo del centenario de su inauguración, define muy bien esa personalidad que transitaba entre la libertad y el catolicismo y que, a su vez, habla de las diferentes disciplinas que marcaron su vida.
Lenguaje universal y transversal
Hoy en día, la obra de Chillida es “completamente transversal”. Es posible acercarse a ella desde los derechos humanos, pero también desde puntos muy diversos. El arte, según señalaba, era para él un medio al que llegar desde diferentes lugares. La poesía, la música, la literatura, la filosofía o la ciencia fueron solo algunas de sus inspiraciones. “Eso es lo más interesante de Chillida”, asegura Sánchez, quien afirma que ello lleva a que muchos visitantes ajenos al mundo del arte acudan al museo y comprendan su obra sin conocerlo. “Tiene un lenguaje muy universal y, a la vez, transversal”, agrega.
Estas múltiples lecturas permiten en la actualidad crear un diálogo entre los espectadores y su obra. “Siempre decía que no creía en la enseñanza del arte. Nosotros tratamos de abrir esa mirada. Basarnos en su pensamiento y en su filosofía para crear preguntas más que respuestas. Hay gente que ha visitado varias veces el museo y que un día dice que ha descubierto algo que nunca antes le habían contando. No se lo habían dicho porque quizás, hasta ese momento, no se había dado esa inquietud frente a esa obra”, apunta Sánchez.
Ese continuo interrogante lo plasmó a la perfección durante el discurso que llevó a cabo en 1994 al ser nombrado académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes, en el que llegó a plantear 29 preguntas sobre la vida y la creación. “Son una serie de temas universales que hacen que la gente se sienta más cercana a él. Son preguntas que nos podemos hacer todos”, indica Sánchez, confesando que muchas de ellas carecen de respuesta. “O si las hay, su manera de contestarlas es a través de la obra”, añade.
Una fuente inagotable
Para la responsable de Educación e Investigación de Chillida Leku, el valor educacional de la obra del escultor donostiarra siempre ha tenido importancia. “Cuando el museo se inauguró en su primera etapa, su proyecto educativo ya tenía muchísima fuerza”, apunta. “No puedo pensar en la historia del arte sin Chillida. Él, junto a otros artistas, marcó a varias generaciones y crearon una transformación al generar una ruptura frente a todo lo anterior”, comenta sobre el artista, fallecido el 19 de agosto de 2002.
“Él decía que trabajaba con lo desconocido, que nunca sabía la forma que iba a tener una escultura. Tenía una intuición, pero no sabía a lo que iba a llegar. Era totalmente revolucionario”, recuerda la investigadora. “Si ser moderno es estar a la moda, yo debo ser más bien antiguo”, comentaba el propio Chillida, que fue capaz de crear un lenguaje completamente nuevo con materiales tan comunes en Euskadi como el hierro y el acero.
Cien años después de su nacimiento y centenares de investigaciones que han desgranado su vida profesional y personal después, ¿queda, por lo tanto, algo por descubrir sobre él? “Siempre. Creo que es una fuente inagotable. Llevo muchísimos años investigándolo y siempre hay algo nuevo que encuentro tanto en sus escritos como en sus obras. O ves algo que había pasado desapercibido en una escultura u otro espectador te abre la mirada desde otra perspectiva. Eso es lo más bonito”, asegura Sánchez.
El primer centenario de su nacimiento se presenta, de este modo, como la excusa perfecta para que aquellos que desconozcan a Chillida lo hagan por primera vez y quienes ya lo conocen, por su parte, puedan redescubrirlo desde una nueva mirada.