Sus libros han cruzado fronteras, han sido traducidos a diferentes idiomas e incluso algunos han terminado convertidos en obras de teatro y películas de cine. Y aún así, Karmele Jaio asegura que siempre que empieza una nueva obra “tengo la sensación de comenzar desde cero”. Ahora es No soy yo (Destino) quien reclama el protagonismo de los lectores y las lectoras.
Diez años después, vuelve a ‘Ez naiz ni’ para recuperar parte de aquellos relatos y traducirlos al castellano. Es más, en ‘No soy yo’ añade nuevas historias. ¿No es un poco esquizofrénico para la escritora tener que afrontar esas dos tareas al mismo tiempo, sabiendo, además, que una no es la misma que era entonces?
-Nunca eres la misma, eso por supuesto. Efectivamente, nueve son textos que tienen diez años, y otros cinco son historias que he ido escribiendo con posterioridad. Puede parecer que he cogido de aquí y de allá y luego he rellenado. Pero no. Creo que No soy yo me ha permitido reunir relatos que tienen que ver con el mismo universo. De Ez naiz ni he escogido algunos textos, no he traducido todos. Como decías, nunca somos la misma persona, ni la misma escritora. Sí que hay cosas que al mirar Ez naiz ni, pienso: esto lo hubiera escrito de otra manera. Pero me sigo reconociendo en la esencia de ese libro y la traducción también me ha permitido acercar los relatos a como escribo ahora.
¿El resultado es un abanico de posibles perfiles de mujeres o más bien de maneras que tiene la vida de llevarte a sitios y momentos que no querías? ¿Se siente muy identificada con estas mujeres?
-Sí, me siento identificada en muchas cosas de varias de las mujeres que aparecen. No es que a mí me haya pasado lo que les sucede a ellas, pero me siento cercana. Son todas diferentes, porque también escapo de esa homogeneización que se hace muchas veces de las mujeres, pero todas están en ese momento en el que empiezan a preguntarse no tanto qué han hecho en la vida, como qué ha hecho la vida con ellas. La inercia social y familiar, todo lo que nos rodea, nos va empujando en la vida, aunque tú vayas tomando decisiones. Estás en la corriente del río, el agua te va llevando y te puede conducir a sitios a los que igual no querías llegar. Estas mujeres están en ese momento en el que paran, hacen un alto en el camino, se miran en el espejo y dicen: ¿aquí quería estar yo ahora?, ¿este camino que he recorrido, lo quería hacer exactamente así? Parece que en cada momento de tu vida te toca hacer una cosa por tu edad, por el sexo al que perteneces, por lo que sea. Es como que te corresponde hacer algo.
¿Tenemos escapatoria?
-(Risas). No del todo, pero sí. El primer paso hacia la escapatoria es darte cuenta de que te está llevando la corriente. Ser consciente de todo lo que te influye desde fuera para tomar decisiones, es la primera condición. Y es verdad que a veces te preguntas qué ha hecho la vida contigo, pero también tienes la capacidad de decir: qué hago yo con lo que la vida ha hecho conmigo. Tienes margen de maniobra, de decisión, ya sea más pequeño o más grande.
¿Qué aportan esos cinco nuevos relatos de ‘No soy yo?
-Traen el libro más a mi manera de escribir ahora, lo acercan a mi voz actual. Los anteriores hablaban de mujeres que rondan aproximadamente los 40 años y los de diez años más tarde hablan de mujeres que rondan los 50. Quiero decir, que los he acercado a mi escritura pero también a mi edad (risas). Traen el libro al momento vital en el que yo también me encuentro, bueno yo y lo que me rodea. Hay aspectos de los que hablo ahora como el del envejecimiento, la decadencia física, cómo vivimos en una sociedad en la que está prohibido envejecer ya seas hombre o mujer, aunque en el caso de las mujeres existen unas especificidades especiales por el hecho de que en nosotras todavía se valora mucho más al aspecto físico y la belleza. Si te valoran por eso, en cuanto lo vas perdiendo, vas hacia la invisibilidad. Estas mujeres, por lo menos algunas, sienten eso, que van hacia la invisibilidad. Y están en ese instante en el que piensan que tienen que aprovechar lo que queda como sea, lo que también hace que tengan un punto de angustia o de ansiedad en este sentido.
Hace unos días estaba entrevistando a Quique González antes de su actuación en Vitoria, un músico que a Karmele Jaio le gusta mucho, y hablábamos de estar en ese punto de la vida en el que el final del túnel está ya más cerca, en el que se ha cruzado el teórico ecuador. Reflexionaba él sobre si eso le cambia a la hora de afrontar de otra manera la música. ¿A usted, le modifica su forma de escribir?
-Sí. Cada momento vital te hace fijarte en unas cosas. Cuanto más avanzas en la vida, también te das cuenta de lo rápido que va. Puede sonar a tópico, pero de verdad hay un momento en el que lo sientes y de que eres consciente de que hay una fecha de caducidad. A la creación se traslada todo lo que te ronda en la cabeza, lo que te preocupa, y una preocupación constante en la literatura universal es el tiempo que se va, la vida, la muerte. Hay una frase de Carmen Laforet que viene a decir que todo lo que nos pasa en la vida arde en el fuego de la creación. Alguien que escribe está continuamente robando, pero no cualquier cosa, roba lo que en cada momento conecta con lo que lleva dentro. Es como cuando te escayolan un brazo. De repente, vas por la calle y ves a un montón de gente con escayolas en el brazo. Lo que pasa es que te fijas en lo que te está ocurriendo. Por eso, en cada época de la vida, robas cosas distintas.
Son mujeres las protagonistas, aunque cualquier hombre puede sentirse identificado en varios relatos.
-Más que relatos de mujeres, son relatos desde mujeres, desde la mirada de estas mujeres. Pero no solo hablan de ellas, hablan de la vida, del mundo, de, sobre todo, las relaciones humanas, de sus parejas, de sus hijos, de sus aspiraciones. Por supuesto que los hombres pueden conectar perfectamente porque en ese sentido no somos tan diferentes las personas en general. Lo importante de estos relatos, más allá de lo que se cuenta, es que se hacen desde miradas diferentes porque son 14 mujeres distintas. Estamos muy acostumbradas a que se nos represente, a que se nos diga cómo somos y cómo tenemos que ser, y me parece importante que se vean las cosas a través de nuestros ojos.
Si a ‘Ez naiz ni’ le ha seguido con nuevos relatos ‘No soy yo’, ¿habrá una versión 3.0, por así decirlo?
-(Risas) Pues tengo un encargo para un libro de relatos y me han pedido uno. Está casi terminado. Y es de la estela de No soy yo. Es más, hubiera encajado perfectamente en este libro. Así que quién sabe. Si se traduce, no sé, al inglés, igual podría meter este relato (risas). Nunca programo lo que voy a escribir. Nunca. Para mí es imposible. No puedo decir: ahora he terminado un libro de cuentos, voy a escribir una novela. No, no. Me pongo a hacer y no sé muy bien lo que voy a escribir. Estoy buscando y buscando. En esos momentos, me pregunto: ¿qué es realmente lo que quieres decir? Por lo general hay una imagen que me ha llamado la atención, que la he apuntado, que la llevo en la cabeza. No sé la razón por la que me llama y quiero saber. Es ahí cuando empiezo a escribir, a buscar, a abrir puertas, hasta que llega el momento en que ya sé qué estoy buscando. A partir de ese instante, empiezo a ordenar la cabeza. Pero nunca programo. Me pasó con los poemas. De repente, terminé Ez naiz ni y empecé a probar, tal vez para que lo que fuese tuviese forma de novela. Pero me dio por escribir poemas. Escribo lo que me pide el cuerpo en cada momento.
Por cierto, no ha vuelto a la poesía.
-No, no, pero, ¿quién sabe si volveré a hacerlo en un momento dado?
Pero ha hecho historias para niños y niñas, novelas, relatos, poemas... ¿todo es escribir, al fin y al cabo?
-Sí, pero en un momento dado tienes que decir: esto es un relato. O lo que toque.
Como quien no quiere la cosa, dentro de no mucho se van a cumplir 20 años de la publicación de su primera obra, ‘Hamabost zauri’. No digo que después de dos decenios escribir se haya convertido en algo funcionarial, pero seguro que hoy tiene ritmos y herramientas asumidas casi de manera inconsciente.
-Igual me equivoco, pero creo que un carpintero si hace mil mesas, la mil y una sabe perfectamente cómo la tiene que hacer. Seguro que la elabora con una seguridad tremenda. Pero en la escritura, siempre que empiezas algo lo haces con la sensación de que comienzas de cero. No es verdad porque llevas detrás ya una experiencia. Y aún así, la sensación es esa siempre. A eso se une que sube, con el paso de los títulos, el nivel de autoexigencia. Tiro mucho de lo que escribo a la papelera.
¿Le da un poco de vértigo pensar en que casi han pasado 20 años de su primera referencia literaria?
-Es que va tan rápido todo (risas). Me acuerdo perfectamente del día que presenté Hamabost zauri, no creas.
La publicación de ‘No soy yo’ y de otros títulos en castellano debería servir para abrir puertas que no sé si ha notado.
-Sí, sí. De repente se me ha abierto una puerta a lectores y lectoras de otros sitios que antes no existían, a pesar de que sí tenía algunos libros traducidos al castellano, aunque con editoriales con redes de difusión más pequeñas. No solo es publicar en castellano, es también hacerlo en una editorial grande. De repente te encuentras que te escriben, no sé, desde Galicia o Murcia, o te dicen desde Cataluña que están en un club de lectura con tu libro. Desde que se tradujo La casa del padre he notado mucho cómo ha crecido la audiencia, por así decirlo.
También se han traducido algunas de sus obras a otros idiomas.
-Mira, justo ahora se ha publicado La casa del padre en Brasil. Estas cosas son emocionantes porque además la gente te manda cosas alucinantes por las redes. El otro día me mandaron un vídeo de una chica de Brasil hablando de mis personajes. O hace poco me escribió también un lector desde Chile porque estaba con Las manos de mi madre. Y piensas: ¿qué extraño estar tan lejos y conectar tan fácil, verdad? La casa del padre en septiembre o en octubre se va a publicar también en inglés y me hace especial ilusión.
Preguntaba esto porque ahora parece que hay una cierta venta en los medios de comunicación de una nueva ola de escritoras vascas entre las que se le incluye a usted cuando, en realidad, se mencionan algunos nombres, como el suyo, que llevan bastante tiempo en esto.
-Bueno, nueva sí soy en el Estado, me refiero en cuanto a ser conocida. Igual que pasa con Eider Rodríguez, por ejemplo. Llevamos muchos años escribiendo. Lo que pasa es que ahora hay un interés creciente en las editoriales españolas hacia la literatura vasca.
¿Por qué?
-No lo sé. Realmente se están haciendo cosas muy buenas. A mí los libros de Eider me parecen algo tan brillante que entiendo que una vez que te asomas a ellos no puedas parar. Conocían la literatura vasca a través de sus grandes referentes, por supuesto. Pero ahora han descubierto que hay más. Lo que ha ocurrido también en los últimos años en nuestra literatura es que, cuantitativamente, las voces de mujeres son más. Tenemos una visibilidad mayor que las que nos precedieron, se nos hace más caso, lo tenemos un poco más fácil que ellas. Es que hasta el año 2000, por ejemplo, no se dio un Premio Euskadi de Literatura a una mujer, a Lourdes Oñederra. La literatura que hacemos las mujeres en Euskadi se ha convertido no solo en referente para futuras escritoras, sino también para hombres.
Por cierto, ¿a esas personas que quieran dedicarse el día de mañana a la escritura, qué les suele decir cuando le piden consejo?
-A alguien que quiera escribir le diría que vaya con la verdad, es decir, que sea honesto o honesta con lo que quiere expresar, lo que necesita comunicar. Que no esté pensando en si le va a gustar a este o al otro. Que piense: esto que estoy escribiendo es lo que yo puedo aportar. Pero al mismo tiempo, mientras esté escribiendo, que no olvide que está creando para decirle algo a alguien, para comunicar a alguien.
Llevamos dos años marcados por el covid. ¿Qué poso cree que va a dejar en los fondos o en las formas de lo que hace?
-Todo lo que te pasa tiene un reflejo en lo que creas. Eso sí, en cada escritor o escritora eso se traducirá de distinta manera.
¿Próximos planes?
-Siempre estoy o pensando en algo para escribir o escribiendo. Es algo inevitable. De hecho, estoy escribiendo, cuando me dejan. Mi gran problema ahora es encontrar tiempo de calidad para escribir. Pero sí estoy haciendo lo que creo que va a ser una novela.