Benh Zeitlin, el brillante director de Bestias del sur salvajes (2012), ha tardado ocho años en hacer su segundo largometraje. La principal causa hay que buscarla en la rotunda solidez de su primer filme, un ejercicio que llega a apabullar por lo fascinante de su paisaje, por el deslumbrante uso de la banda sonora, por la autenticidad que desprende cada una de las secuencias de aquel relato infantil ubicado en la profundidad surreal y fantástica de los pantanos de Luisiana.
En Wendy, referencia directa a uno de los personajes nucleares de Peter Pan, el relato de Barrie que está siendo objeto en los últimos años de una serie de elucubraciones y reescrituras, Zeitlin se ratifica en sus credenciales de presentación. Rueda con actores de escasa o nula experiencia, busca localizaciones imposibles e idea un ritmo trepidante donde la música convierte en coreografía los momentos estelares del argumento.
Esa energía narrativa opera con el cuento de Peter Pan de parecido modo a como Albert Serra se aplicó en su recreación del Quijote en Honor de cavallería (2006). Con presupuestos estilísticos muy diferentes, Zeitlin como Serra, llevan al tiempo de lo real lo que tiene alma literaria. Convierten en cotidiano lo que en un caso era carne de fantasía y en otro, reinvención de la escritura. Ambos casos conjugan esa sensación bizarra de querer negar radicalmente lo convencional y lo canónico.
En Wendy sus pretensiones de originalidad pagan el peaje de la corrección política. Esa reafirmación en querer dar el protagonismo del título al personaje femenino y en transformar a Peter Pan en un niño negro no implican nada negativo, al contrario. Lo que chirría y resquebraja el hechizo al que Wendy aspira constantemente, nace del casting y del argumento. En el primer caso, su Peter Pan parece un niño Benetton. En cuanto al guion, este evidencia una excesiva servidumbre al texto original. La heterodoxia y frescura con la que Zeitlin aborda la idea original, esa vuelta de tuerca al mundo de Neverland, por alguna razón no desvelada se queda a medio camino. Y es frustrante. Porque cuando Wendy funciona, lo hace como si Zeitlin estuviera reinventado el lenguaje cinematográfico.