LOS concursos son una constante que con ligeras variaciones se mantienen a lo largo de las décadas desde que la tele naciera allá por los cincuenta. La historia de la tele está plagada de ejemplos de concursos que perduran en el recuerdo como el mítico Un, dos tres de Chicho Ibáñez Serrador. Hoy en día no hay cadena sin un concurso en su parrilla de programación; un espacio de concurso, o dos o tres, que de todo hay en la viña catódica del Señor. Cada canal con su concursito, como A3 y su canoro El número 1, remedo de competición donde los aspirantes que han pasado el corte de los numerosos castings, se asoman a la pequeña pantalla para intentar convencer al jurado de que su destino está entre las estrellas de la canción, el espectáculo, el show bussines o el cabaret de mi barrio. La mayor novedad en el desarrollo de la fórmula concursal es la presencia y actuación de un jurado de famosos que dan cera, brillo y ritmo a los aspirantes a la gloria. En el caso citado tenemos tres especímenes televisivos con sus peculiares características: la enigmática y sacerdotal Mónica Naranjo, la racial y reidora Pastora Soler y un tercer elemento de difícil definición que se gana las habichuelas de darle al cante flamenco con gotas de modernidad y fusión y que responde al nombre artístico de Pitingo. Personaje de increíble incapacidad para la improvisación y repentización de detalles, frases o ideas que deja descolocado al personal en el plató, bar o sala de estar, cada vez que tiene que tomar la palabra y decir cuatro cosillas coherentes, que en numerosas ocasiones se le atragantan creando silencios incómodos y antitelevisivos. La torpeza con la que maneja la lengua le permite construir frases que ni él las entiende y que obliga a la cerebral Naranjo a echarle capotes lingüísticos y conceptuales cada dos por tres. Un espécimen televisivo de cuidado.
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