Otro miércoles a todo o nada en el Congreso para Pedro Sánchez. Como son acumulativos, quizá sea el día de estos últimos años en el que más se juega. Su misión, casi imposible a estas alturas, es convencer de que José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García son tres manchas en su expediente político y tres cuchilladas (en realidad, dos, porque siempre excluye al exportero de burdeles) en su corazón, pero nada más que eso. Verdaderamente, lo tiene complicado. Aunque sea cierto que, hasta el momento de redactar estas líneas, no han aparecido indicios sólidos y fundamentados que impliquen a otros miembros del Gobierno o dirigentes de Ferraz en los enjuagues de la tripleta letal, se ha impuesto un clima que invita a pensar otra cosa. Incluso dentro del PSOE, aunque no sea en voz alta, se preguntan cuánto tardará en caer el siguiente por el que se puso la mano en el fuego.

Se ha avanzado que el conejo en la chistera de esta alocución será la presentación de un “potentísimo paquete de medidas” contra la corrupción. Ya solo el enunciado suena a tomadura de pelo que es un primor. A buenas horas. Después de semanas de silencios incómodos, rectificaciones a regañadientes y explicaciones que han ido por detrás de los titulares, el intento por retomar la iniciativa puede parecer tan necesario como tardío. Sobe todo, cuando los casos que han erosionado su figura han brotado en su entorno más inmediato. Además, esta comparecencia no va dirigida solo a la ciudadanía. Sus verdaderos destinatarios están sentados unos metros más allá: Sumar, EH Bildu, ERC, PNV, Junts. Todos han sostenido al Gobierno con más pragmatismo que entusiasmo, y todos observan ahora con creciente inquietud. Si el presidente no acierta en el tono, si sigue pareciendo más ofendido que aludido, el desgaste se extenderá a quienes lo respaldan. Y eso tiene consecuencias. Algunos ya han avisado de que el crédito no es ilimitado. ¿Será esta la última bala de Pedro Sánchez?