Nunca dejarán de maravillarme lo suficiente los conversos. Entre otras facultades, tienen la de convencerse a sí mismos de que siempre han profesado la fe que acaban de abrazar. Y, desde esa misma alucinación, no dudan en ejercer de cruzados del nuevo credo y en arrumbar como tibios o, incluso, como herejes a los feligreses que les adelantan en quinquenios y hasta decenios. “¡A la cola!”, mandaba con razón don Manuel Irujo a los falangistas y franquistas que se desprendían de sus correajes y de sus historiales turbios para presentarse como demócratas de toda la vida. “¡A la cola!”, apremiaría hoy a Pello Otxandiano, quien, pasando por alto la bibliografía presentada por EH Bildu, tiene el cuajo de culpar a otros (siempre los demás) de “no haber hecho los deberes” en materia de transición energética.
Básicamente, vuelve a ser la misma coreografía a la que se ha venido agarrando el soberanismo de izquierdas para sus mil y una ciabogas, da igual que sea respecto a la política industrial contra la que lucharon con denuedo, a la petición de respeto para las instituciones del autogobierno que tanto menospreciaron o a la bilateralidad en las relaciones con el Estado, que rechazaron hasta ayer. La cosa es que, si nos atenemos a los precedentes recién citados, no es descartable que cuele la engañifa.
Con todo, a algunos nos quedará la memoria de hechos bien frescos, como la oposición visceral y sin derecho a réplica a la instalación de infraestructuras para la producción de energías renovables. Sin pasar por alto que, incluso con el último giro, la postura favorable a la implantación de parques eólicos en nuestro terruño se expresa con la boca pequeña, sabiendo que la herida sigue escociendo en la parroquia propia, los datos demuestran que la izquierda abertzale siempre ha estado en la vanguardia de quienes han retrasado la transición energética. Bienvenido el cambio de actitud, pero una gota de humildad y de autocrítica no estarían de más.