Ayer se lanzó desde el balcón del Ayuntamiento el tradicional txupinazo que da comienzo a las fiestas de mi pueblo. Unos días en los que honraremos al patrón, San Pedro, entre txarangas, comidas, exhibiciones de herri kirolak y verbenas del inigualable grupo local, Joselu Anaiak. Unas fiestas con las que históricamente dábamos comienzo al verano, un verano que este año tardará en llegar como consecuencia de la convocatoria electoral a la que nos ha condenado, y nunca mejor dicho, un tal Pedro Sánchez.
Unas fiestas de las que disfrutamos como niños incluso aquellos que hace años dejamos de serlo; y unas fiestas que probablemente no tengan la afluencia y el presupuesto que tienen otras, pero que algunos siempre consideraremos las mejores del mundo. Porque para que una fiesta sea la mejor, tiene que ser la que más disfrutas y eso, sin duda, lo consiguen las fiestas de tu pueblo. Y es que en estos tiempos en los que en pocas horas y con no demasiado dinero te puedes plantar en cualquier festival o celebración del mundo, el componente emocional cobra, si cabe, más importancia. Y es aquí donde cabe destacar el valor de lo propio.
Y es que lo propio nos hace ser quienes somos. Los recuerdos de las experiencias vividas nos definen y la gente de la que nos hemos rodeado durante años forja nuestra identidad. Y debemos estar especialmente alerta en estos tiempos en los que se confunde globalización con homogeneidad y en los que se pretende un borrado de la cultura, la lengua y la simbología propia. Y estar alerta no significa cerrarse, sino abrirse, pero hacerlo con la convicción y la seguridad que da tener raíces sólidas que te permiten el lujo de conocer, de explorar y de crecer; pero sabiendo cuál es tu lugar y dónde tendrás siempre un refugio al que volver. Este fin de semana tenemos una oportunidad fabulosa de hacerlo, tendremos en nuestras calles el Tour de Francia, una de las competiciones deportivas más prestigiosas del mundo; demostrémosles que somos un pueblo.