De golpe, presiden Parlamentos autonómicos. Fuerzan en apenas dos horas un pacto de gobierno. Bloquean por las bravas un gobierno. Arrian de un plumazo banderas de libertad. Se mofan de la violencia de género. Ya están aquí. Además, envalentonados. Son los de la ultraderecha y han venido para quedarse, desquiciar el discurso centrista de Feijóo y, desde luego, condicionar sin desmayo la vida política española. Aquella tímida amenaza incongruente que suponía un Vox incipiente por la inconsistencia de su líder, largamente comprobada en su propia tierra, aparece ahora y durante varios próximos años como factor asfixiante para una auténtica convivencia de los más elementales principios democráticos. Solo el milagro de Pedro Sánchez, esta vez por medio de un road show televisivo, y un creciente miedo atávico a la consolidación institucional del extremismo reaccionario pueden evitar que se cumpla el vaticinio cada vez más extendido de que la suerte está echada y pintan bastos para la izquierda.
No está descartado que PSOE y Sumar vuelvan a tropezar ante el 23-J en la misma piedra que ya en Madrid acabó con el cargo, que no con la influencia, de Pablo Iglesias. Entonces, el aguerrido líder de Podemos basó toda su campaña en advertir de que llegaba el lobo, léase Vox, hasta el punto de que arrastró penosamente al voluntarioso Ángel Gabilondo en la errónea estrategia. Díaz Ayuso aprovechó semejante desconocimiento sociopolítico para deslumbrar en las urnas. Antes, como ahora, ya existía una amplia mayoría ciudadana que ha blanqueado por propia convicción, interés o rebeldía al partido del inefable Abascal. Que no se rasga las vestiduras por la xenofobia del presidente del Parlamento balear, ni por el vergonzante acuerdo de la Comunidad Valenciana o por las cuatro letras mal escritas para quedarse con decenas de ayuntamientos. Que el trampantojo de la violencia intrafamiliar no le quita el sueño. Que no va a dejar de votar al PP porque Vox deje sin colgar las banderas LGTBI. Que su única ilusión es, sencillamente, sacar de La Moncloa a Sánchez, el traidor de la patria.
A bote pronto, pareciera que todo el zafarrancho electoral de julio se reduciría a la suerte del líder socialista en las urnas. Queda también un notable hueco mediático para hablar de las bravatas de Vox. En cambio, apenas ha calado la figura de Feijóo presidente, como si no fuera relevante por sobrevenido. Quizá porque solo le queda tiempo para apagar los fuegos de las enrevesadas bravatas ultraderechistas que le arrastran a una incongruencia similar a las promesas incumplidas de Sánchez. Pero lo hace sin perder sueño. Las encuestas le dicen que sus apoyos no peligran por el atronador ruido que la izquierda, el sentido común y hasta su brava candidata de Extremadura hacen sobre los fundados riesgos que entraña asentar a la ultraderecha en el poder y compartir sus exigencias, a veces hirientes.
Para ahuyentar los malos augurios, los populares creen haber encontrado la pócima para su verano azul. No es otra que contraponer si Vox resulta más ofensivo y contraproducente que EH Bildu y ERC juntos para que decida el granero electoral. En la Corte lo tienen claro y en base a los indicadores del 28-M también en más sitios. Contra esta realidad constatada en las últimas elecciones lucha Sánchez sin desmayo. Incluso, tragando sapos de muchos entrevistadores que le esperan con la guadaña afilada y a quienes ahora acude arrastrando una palpable sensación de debilidad en busca de aliento. Le hace falta, principalmente para levantar la moral de la tropa que asiste bastante aturdida a la exaltación de una derecha eufórica porque cuenta los días para iniciar la derogación del sanchismo.
Tampoco en la contraofensiva le sirve en exceso el apoyo poco entusiasta de Yolanda Díaz. La lideresa de Sumar parece más enfrascada en buscar el propio hueco de su partido. De paso, restaña las últimas heridas de tan heterogénea confluencia y salva a duras penas el primer tropiezo serio en Catalunya con los comunes al divergir sobre el concepto del derecho a decidir, una auténtica bomba trampa cuando se hilvana a toda prisa un ideario. Hasta le resulta complicado al propio independentismo, en duelo por las cuatro esquinas tras el inesperado fiasco de Trías y urgido a esgrimir su vendetta contra la bofetada que le acaba de propinar el constitucionalismo. De momento, la división asoma fratricida en una inmersión introspectiva de su realidad. A tal punto llega su exasperación por la parálisis que solo atisban la llegada de Feijóo como tabla de salvación para rearmarse.